Otros de los puntos importantes del itinerario del Camino Real de Tierra Adentro localizado en el actual estado de Durango es la Hacienda de San Diego de Navacoyán, a orillas del río Tunal, el cual era necesario cruzar para seguir la ruta rumbo a Chihuahua y Nuevo México.
Antigua hacienda de San Diego de Navacoyán y Puente del Diablo
Transitar por dicho lugar era difícil, mucho más en época de temporales cuando la corriente arrastraba todo lo que encontraba a su paso. El registro histórico nos dice que en 1782 Pedro Minjares, su entonces propietario, ordenó la construcción de un sólido puente que resistiera y posibilitara el tránsito constante aun en las peores temporadas de lluvias. No obstante, la tradición popular ha hecho perdurar una versión fantástica en la que se dice que varias veces se intentó la construcción del puente, sin lograr tener éxito, en algunas ocasiones por inexperiencia de los encargados y en algunas otras por la acción de la naturaleza.
Ante tal situación el dueño de la hacienda decidió mandar traer desde Zacatecas a un maestro constructor que tenía fama de ser el mejor del todo el norte. Como estaba cansado de perder dinero, puso como condición en el contrato que la obra debería entregarse en determinado plazo; en caso contrario, no pagaría ni un centavo. Confiado en su experiencia, el maestro constructor contrató al mejor equipo de peones que pudo hallar en la zona. Todo parecía marchar de acuerdo con lo planeado, pero cuando la obra tenía un poco más de la mitad de avance, se soltó una fuerte tormenta fuera de temporada. Cuando hizo la obligada inspección para determinar el alcance de los daños, con angustia indescriptible comprobó que un buen porcentaje de la obra se había perdido, por lo cual le sería imposible cumplir en tiempo y forma. Esa noche y las siguientes no pudo pegar ojo tratando de encontrar una salida. La tarde de la víspera de la fecha fatal, su desesperación lo llevó a gritar que estaba dispuesto a vender su alma al diablo con tal de finalizar el puente en el plazo acordado. De pronto de en medio de un remolino que se formó sin que soplara ni la más débil brisa, apareció la figura de un hombre vestido completamente de negro, quien le dijo que le tomaba la palabra y que aceptaba su alma a cambio de terminar el puente antes de que alumbrara el primer rayo del nuevo día. El maestro aceptó y durante toda la noche se escuchó el ruido de un extraño grupo que movía piedras y cuchicheaban ininteligiblemente.
Al amanecer algunos campesinos que se dirigían a realizar sus labores vieron el puente que cruzaba airoso de lado a lado del río. Uno de ellos corrió a avisarle al dueño de la hacienda. El maestro de obra paseaba por arriba del puente, cuando detectó que faltaba una piedra en uno de los extremos. Rápidamente, con un poco de barro, colocó la pieza faltante.
En ese momento, llegó el hacendado, revisó el puente de arriba abajo, quedando sumamente satisfecho, por lo que pagó el monto acordado. Cuando el maestro se retiraba volvió a pasar por el puente viendo que nuevamente hacía falta la piedra que había colocado minutos antes, cuando de pronto se le apareció la tenebrosa figura del hombre de negro quien exigió su pago.
Hábilmente el maestro se negó a cumplir, alegando que el puente estaba incompleto, pues le faltaba una piedra. Desprovisto de argumentos, el diablo no tuvo más remedio que desaparecer de la misma forma en que había llegado.