La hacienda Pabellón de Hidalgo, al igual que la mayoría de las que existen en Aguascalientes, es resultado de la participación de los mineros de Zacatecas en la inversión variada. Los sitios de Garabato y San Isidro, adquiridos por el minero zacatecano José de la Peña Durán en 1681, darían origen a la hacienda de Pabellón de Hidalgo.
Antigua hacienda de Pabellón de Hidalgo
Para finales del siglo XVIII la hacienda de Pabellón de Hidalgo gozaba de una bonanza por su alta productividad, principalmente ganadera. Dicho esplendor económico se vio materializado en una importante inversión constructiva. Los elementos que componen la hacienda dan cuenta de la tipología hacendaria de la región: la presencia de la plaza organiza un espacio en el que se encuentran a los costados la casa grande, el templo y las casas de cuadrilla. La hacienda contaba con una de las presas del siglo XVIII más grandes de Aguascalientes y a ésta se sumaban un complejo sistema de vertederos, acequias y registros que trasladaban el agua a las tierras de riego, además, se contaba con un molino y un conjunto de trojes.
El templo de la hacienda fue considerado como uno de los más bellos de la región. La capilla presenta en el exterior un amplio atrio con una media barda circundante y data del 2 de febrero de 1782, según la inscripción que se encuentra en la portada. La fachada tiene una gran ventana coral rodeada por tres nichos con columnas estípites y la torre es de dos cuerpos. El interior de la capilla es de una sola nave con techos de bóveda de arista y en el cuerpo de la iglesia destaca un balcón reservado con celosía de madera, donde oían misa los hacendados. Frente al altar se localiza un púlpito del siglo XVIII, ornamentado con casetones. Al igual que la iglesia, la casa grande de la hacienda, que hoy alberga el Museo de la Insurgencia, con sus patios, pórticos y corrales, está muy bien conservada. Las caballerizas están en ruinas, pero aún es posible apreciar la arquería.
Aunque Pabellón fue una de las haciendas más productivas y valoradas del siglo XIX, al igual que otras haciendas de la región, enfrentó dificultades debido a los efectos del movimiento insurgente. Además, la introducción del ferrocarril durante la década de los 80 del mismo siglo significó el abandono de los antiguos caminos reales, lo que impactó negativamente en su operación y conectividad con otros centros comerciales y mineros.