Monte Albán, sitio arqueológico localizado en una posición céntrica en el Valle de Oaxaca, está considerado la capital cívico-administrativa de la sociedad zapoteca durante un periodo que comprendió cerca de 1,300 años: desde su fundación, en 500 a.C., hasta su declive como entidad política rectora del valle a finales del Clásico, entre 800-850.
Uno de los aspectos más interesantes de Monte Albán son las prácticas funerarias que realizaban los zapotecos, debido a que la mayoría de los entierros se depositaban en distintos espacios al interior de las unidades habitacionales; podían ser tumbas de mampostería, cistas (enterramiento que consiste en cuatro lozas laterales y una quinta que hace de cubierta) revestidas de lajas y bloques; fosas excavadas sobre la roca madre, espacios domésticos como pozos de almacenamiento, hornos y basureros reutilizados como espacios funerarios, o bien dentro de cajetes u ollas frecuentemente localizados en el firme de los pisos de los cuartos.
De los ejemplos mencionados anteriormente, las tumbas constituyen el tipo de arquitectura funeraria más representativa de Monte Albán, registrándose hasta el momento un total de 249 tumbas distribuidas en diferentes sectores de la zona arqueológica. Éstas se caracterizan como construcciones formales destinadas para albergar los restos materiales de los individuos principales de cada familia, y a partir de su análisis arquitectónico pueden clasificarse en tres tipos: 1) tumbas de planta rectangular, delimitadas en sus cuatros lados por muros de adobe o mampostería, y cuyo acceso se realizaba por el techo; 2) tumbas de planta rectangular con una antecámara y una cámara principal, con techos en forma de bóveda y con nichos adosados a los muros que delimitan la cámara, y 3) tumbas de planta cruciforme, de techo plano y con presencia o ausencia de nichos en los muros de la cámara principal.
Por otra parte, el desarrollo de la pintura mural en Monte Albán se enfocó en la arquitectura funeraria, donde se plasmó el complejo sistema de creencias religiosas asociadas con la vida y la muerte, y que por lo general se caracterizó por la representación de personajes ricamente ataviados, en procesión y realizando complicados ritos funerarios, que a su vez se han interpretado como ancestros directos de los individuos que fueron depositados al interior de las tumbas.
Por lo anteriormente mencionado es de suma importancia contribuir en su conservación, por lo cual se pide la comprensión por el cierre de las tumbas a la vista pública. Sin embargo, para compensar se realizan actividades donde se puede observar la pintura mural.
Un ejemplo notable de arquitectura funeraria es la Tumba 105. Fue descubierta por Alfonso Caso en 1937 durante la VI temporada de exploraciones del Proyecto Monte Albán, en una de las residencias palaciegas de mayor tamaño de la zona arqueológica, al noreste de la Plaza Principal. Corresponde a la época IIIB-IV (700-800), y exhibe el mismo estilo clásico de representación pictórica zapoteca que ya había sido consolidado previamente en los murales de la Tumba 104.
Se trata de una tumba de planta cruciforme que cuenta con una cámara y una antecámara principal, cuyo acceso se ubica al oeste y la parte posterior al este. Al igual que en la Tumba 104, la cámara funeraria se excavó en la roca madre del cerro, misma que fue alisada y recubierta con un enlucido de estuco que sirvió como soporte para la pintura, aunque cabe señalar que en este caso las paredes no tienen una superficie regular y presentan un acabado más burdo.
La decoración de la tumba se concentró al interior de la cámara funeraria, incluyendo la aplicación de pigmentos en el techo y en el piso, aunque los motivos principales se plasmaron en los muros laterales y el muro de fondo, generando una escena general que puede dividirse en tres secciones horizontales: 1) la parte superior muestra repetido en varias ocasiones un panel rectangular que recuerda un tablero de doble escapulario, típico de la arquitectura zapoteca, debajo del cual se encuentra el motivo de las “fauces celestiales”, mismo que sirve para contextualizar la escena en un espacio sacro; b) en la parte central se encuentran 18 individuos ricamente ataviados, alternados en parejas y en procesión, que comparten ciertas características entre sí: todos se muestran con el torso de frente y el rostro de perfil y todos —a excepción de un personaje femenino— simulan ser adultos mayores, ya que se representaron con líneas de expresión o desdentados; las mujeres van descalzas y portan quexquémetl y falda; los hombres llevan sandalias y portan en las manos bastones, bolsas de copal o granos que van esparciendo en el suelo; además, enfrente de cada individuo hay un glifo calendárico que probablemente corresponda al nombre del personaje; 3) por último, la sección inferior está constituida por una cenefa decorada con rectángulos de esquinas redondeadas que alternan en pares su posición ascendente o descendente.
De acuerdo con el contexto y la escena reproducida en la pintura mural, algunos autores han interpretado a los personajes representados como ancestros pertenecientes a una clase social alta, mismos que se encuentran llevando a cabo una ceremonia religiosa o un rito funerario, y estaban emparentados con el individuo que originalmente había sido depositado al interior de la tumba.