Opinión de un experto
La pieza emblemática
Entre los objetos importantes de la cultura mexica que se exhiben en el Museo Fray Bernardino de Sahagún, Ex Convento de San Francisco en Tepeapulco, se encuentra un fragmento de brasero de barro café claro, ligeramente convexo en que aparece un disco solar sellado y con incisiones con la representación de Tonatiuh el dios del sol. Mide 14 cm de diámetro por un centímetro de grueso en promedio. Conserva restos de pintura roja. La deidad ostenta un tocado formado por tres bandas superpuestas, la inferior está adornada con tres pequeños discos; se trata del “tocado de chalchihuites o jades”, característico de la deidad, que simboliza la belleza del sol, que era considerado por los mexicas “como la cosa más preciosa que existe en el universo y lo representaban... como una joya”. Sobre la banda superior aparecen ocho plumas cortas inclinadas hacia adelante, es la “hilera de plumas de Tonatiuh”, interpretadas como llamas por el arqueólogo José Corona Núñez. Lleva una nariguera tubular con los extremos terminados en pequeños discos que eran de jade y se llamaba Yacaxíhuitl. El rostro presenta dos líneas curvas paralelas encima del ojo, que parten de la frente y llegan hasta el párpado: se trata de “el arco en el ojo”. Eduard Seler, describiendo a Tonatiuh, dice que “Su rostro... muestra la línea roja alrededor del... ojo”. La “pintura facial característica del numen solar... incluye un semicírculo... que le rodea parte del ojo”. En el Códice Florentino aparecen representados eclipses de sol y de luna en que se ve a Tonatiuh con tres líneas alrededor del ojo. Este es uno de los rasgos para su identificación.

El dios aparece en el disco de barro, delimitado por una circunferencia de la que se proyectan hacia arriba del personaje y hacia abajo, así como a los lados, triángulos incisos que representan rayos solares, y entre ellos hay cuatro figuras ovaladas que, según el investigador alemán Hermann Beyer, representan extremos de púas de maguey para el autosacrificio. Otro círculo, que pasa por debajo de los rayos solares y de las púas, rodea al anterior teniendo entre ambos círculos dos, tres y cuatro puntos en relieve, y también rodeándolo hay una serie de otros puntos que varían en número de dos, cuatro y cinco: de esta franja se proyectan al exterior unas salientes rectangulares que, tal vez junto con los puntos, sean una cuenta solar. Dice el filólogo Cecilio A. Robelo, quien estudió la lengua náhuatl, que los mexicanos representaban el sol con varios círculos concéntricos, divididos en ocho partes con unas aspas rectangulares relacionadas con el movimiento aparente del astro y la división del tiempo.

Tonatiuh se encuentra de perfil y parece correr, ya que una pierna la apoya en el piso en tanto que la otra la tiene levantada hacia atrás en ángulo recto. Tiene los brazos hacia el frente, el derecho hacia arriba empuñando un lanzadardos, y el izquierdo horizontal, con el que sostiene dos dardos terminados en plumas y con puntas triangulares, y además una bolsita quizá para copal, decorada con un cuadriculado inciso. Estas armas indican que Tonatiuh es el representante de la guerra y de los guerreros. Dice el arqueólogo Alfonso Caso que, en el pensamiento mexica, “sol y guerra... se acompañan necesariamente... pues el sol necesita para moverse el sacrificio que le proporciona su alimento de sangre y corazones humanos, y el sacrificio requiere a su vez, la guerra”. El sol sale radiante cada mañana por el oriente y arroja contra sus enemigos, la luna y las estrellas, la flecha cuezalmamaziómitl, adornada de plumas, para ahuyentarlos. Es el patrón de los guerreros águilas y tigres, quienes se hallaban dedicados a su servicio.

Diariamente los mexicas, al salir el sol, lo recibían con música de tambores, flautas y caracoles, y hacían sacrificios y autosacrificios: se sangraban las orejas y arrojaban la sangre hacia el sol. También decapitaban codornices. Creían que durante cuatro años, antes de convertirse en colibríes, el sol ascendente era recibido y llevado en andas en el cielo por las almas de los guerreros muertos en combate o en la piedra de los sacrificios, quienes golpeaban estruendosamente sus escudos mientras entonaban cantos de guerra. Y cuando el astro llegaba al cenit, en ese momento las cihuateteo, mujeres muertas en el parto, tomaban el lugar de los guerreros y lo conducían hasta el ocaso en andas hechas con plumas de quetzal y de otras aves hermosas.

En la Relación de Tepeapulco, escrita en los primeros años de la colonia por órdenes del rey de España Felipe II, se dice que el dios principal de estos pueblos era Huitzilopochtli, dios azteca mexica de la guerra, que suele confundirse con Tonatiuh; incluso Alfonso Caso llega a decir que es el sol, pero, como advierte la etnohistoriadora Yólotl Gonzáles, Huitzilopochtli está relacionado con el sol pero no es el sol. En realidad era originalmente el jefe guía de los aztecas (los que venían de Aztlán) a quien “Tetzauhtéotl –el antiguo dios–... indicó... que [le] ofreciera corazones a Ollin Tonatiuh (el movimiento del sol)”. A su muerte, el caudillo fue deificado y convertido en un dios solar. El “nexo principal de Huitzilopochtli con el sol es como dios de la guerra, ya que mediante ésta se conseguían los cautivos para ofrendar al sol”. Era el guerrero que proveía al sol de víctimas para el sacrificio: era el abastecedor del sol, y no debe ser confundido con él.

El disco de barro del museo de Tepeapulco es un fragmento de brasero ceremonial destinado al culto de Tonatiuh, y debía encontrarse en el Cuauhcalli, “La Casa de las Águilas”, que era el templo dedicado al sol. Corresponde a la cultura mexica que ocupó esta región de Hidalgo, de 1300 a 1500 d.C.
disco_barro
INAH-CINAH Hidalgo/Archivo
Disco de barro
Tepeapulco_01

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