Opinión de un experto
Pasear por un museo es como volar en las orillas del mundo
¿Qué pienso de ser habitante de un museo? De entrada, que contrariamente a mi naturaleza sedentaria, tengo que pasear. No un paseo común, por supuesto, aunque tampoco alejado de lo que los humanos hemos hecho en los últimos tres milenios. Pasear por un museo es como recorrer las orillas del mundo. No hay que preparar mucho ese viaje ni llevar equipaje especial: tan sólo nos ponemos las botas de siete leguas, abrimos la imaginación y detenemos los relojes.

Se vuela sobre el tiempo, que creemos adormecido en paredes y vitrinas, y que siempre se guarda sus secretos. También devoramos distancias, en geografías que se hacen minúsculas en las paredes y pantallas, en las palabras y las imágenes que cargan los objetos heredados del pasado. Miramos rostros con gestos antiguos y ropa pesada, pero siempre son rostros iguales a los nuestros. Miramos adornos, muebles, armas, banderas con las que hombres y mujeres remotos llenaban sus vidas de signos. Descubrimos sus creencias detrás de imágenes sagradas e instrumentos de devoción, aunque las palabras que los explicaban y los rituales que les envolvían han sido olvidados hace generaciones. Dicen que los viajes ilustran; el paseo por el museo nutre: alimenta la memoria.

El museo es nuestro espejo: refleja lo que hemos querido ser y lo que deseamos ser. A veces caminamos con optimismo, seguros de que lo que veremos no nos depara sorpresas porque siempre ha estado ahí, inmutable, esperándonos, descansando en sus cajas de cristal. Pero otras veces, ante los mismos rincones y mirando las mismas piezas, nos asaltan las dudas, no entendemos por qué han pasado las cosas. Entonces el museo, abreviatura del mundo, síntesis de la realidad, nos parece incomprensible, caótico... Tal vez es entonces cuando el museo nos acerca realmente a la verdad: el paseo nunca es el mismo porque las respuestas al misterio del universo son muchas y hay que descubrirlas poco a poco, cada día, en cada viaje. Entendemos por qué: es que el museo es el jeroglífico inmenso del incalculable ser humano.
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