Cholula
Lugar de huida
Es el asentamiento prehispánico más importante de los explorados hasta ahora en el estado de Puebla y uno de los principales del país. La Gran Pirámide y la plaza conocida como “patio de los altares” destacan entre sus atractivos.
Sobre la zona
La zona arqueológica de Cholula se encuentra en el valle poblano-tlaxcalteca, situado en la porción sureste del Altiplano Central mexicano. Se limita al norte, este y oeste por áreas montañosas, mientras que por el sur se abre hasta las extensas regiones de la Mixteca. Cruzan el valle numerosos ríos y arroyos producto de los deshielos de la Sierra Nevada, lo que da a sus tierras inmejorable calidad para la agricultura; de entre todos ellos sobresale el Atoyac, importante afluente del Balsas.
El antiguo asentamiento se ubica entre los municipios de San Andrés y San Pedro Cholula, 117 km al este de la Ciudad de México y a sólo 6 km de la capital poblana, a través de una vía rápida directa conocida como Ruta Quetzalcóatl.
En noviembre de 1519, cuando Hernán Cortés y su ejército entraron en Cholollan, lo que es hoy la zona arqueológica abierta al público era ya un lugar abandonado y destruido desde ocho siglos atrás; la ruina total del conjunto le daba la apariencia —que hasta hoy presenta— de un pequeño cerro lleno de árboles, tierra y maleza. Años más tarde, el padre fray Toribio de Benavente, “Motolinia”, descubrió que se trataba de los restos de un antiguo teocalli y, como tal, lo describió en su Historia de los indios.
Sobre este monumento y su importancia histórica se interesaron algunos famosos estudiosos como Alexander von Humbolt, el capitán Guillermo Dupaix y otros más. Arqueológicamente se realizaron algunas exploraciones por parte de arqueólogos como Leopoldo Batres, Manuel Gamio y Enrique Juan Palacios, pero los trabajos iniciaron formalmente en 1931 bajo la dirección del arquitecto Ignacio Marquina; su sistema de exploración a base de túneles para detectar subestructuras fue todo un éxito y constituye un ejemplo todavía vigente de técnica y tenacidad.
El espacio que actualmente ocupa la zona arqueológica de Cholula es tan sólo una pequeña parte de lo que fue la importante ciudad prehispánica, que llegó a rivalizar con Teotihuacán, El Tajín, Monte Albán, Xochicalco y muchas otras. Los primeros vestigios de ocupación en el área se remontan a más de un milenio antes de nuestra era, pero ya fueron muy claros en el siglo VI a.C., con una incipiente población en las riberas de una ciénega ya desaparecida. El sitio para el primer templo fue escogido sobre un manantial con el fin de que el edificio quedara consagrado. Esto por los efectos mágico-religiosos que el agua brotante tenía en las antiguas concepciones indígenas.
Para el siglo II a.C. se dieron las condiciones que permitieron la construcción de un basamento piramidal de regulares dimensiones; se trata de la primera Gran Pirámide, que tiene más o menos 120 m por lado en su base, con cuatro cuerpos en talud y escalinata hacia el poniente. Esta estructura se construyó al mismo tiempo que la pirámide del Sol en Teotihuacán.
A diferencia de otros edificios mesoamericanos, aquí se utilizaron grandes bloques de tierra compactada (adobes), pegados con lodo para poder formar el enorme núcleo. A esta pirámide se le agregaron algunos elementos, como una serie de tableros decorados con pintura mural que representan insectos con cabeza parecida a un cráneo humano; se les conoce como “los chapulines”.
La creciente extensión de la ciudad, su funcionamiento como santuario y centro económico —cada día más importante— fueron quizá los motivos para que se ideara la construcción de un basamento más grande. Fue así que se levantó la segunda Gran Pirámide, mayor que la de la Luna en Teotihuacán; su planta cuadrada tiene cerca de 170 m por lado y casi 45 m de altura. Este basamento piramidal ofrece la disposición original; cada uno de sus nueve cuerpos inclinados está formado a base de escalones. En algunas partes son meramente simbólicos, pero los de acceso debieron estar al oeste. Además, las esquinas de esta pirámide están remetidas, dando un aspecto singular a todo el conjunto. Asimismo, el edificio fue revestido con una gruesa capa de estuco que originalmente estuvo pintada con brillantes colores y simbólicos diseños.
Como a la pirámide anterior, se le recargaron algunos edificios con sus propios basamentos, escaleras y pasillos. Fue tal la cantidad que se ha dicho que el “cerro” guarda siete pirámide superpuestas. Por lo menos en el lado sur de la pirámide se han encontrado restos de superposiciones de antiguos edificios, todos con las mismas características: tableros remetidos y decorados con bandas diagonales pintadas en vivos colores con representación de elementos como estrellas de mar y caracoles.
Uno de estos edificios conserva casi completa su fachada, de aproximadamente 65 m de largo, con una altura variable que en promedio mide dos metros. El muro está decorado con una representación a base de colores muy bien conservados; representa una ceremonia relacionada con la bebida, pues despliega una gran cantidad de personajes que en su mayor parte toman unas vasijas grandes y pequeñas para beber un licor de color blanquecino que podría tratarse de pulque. El motivo pictórico se presenta en dos planos. El inferior se desarrolla sobre una larga banqueta de la que cuelga un tapiz de extraños diseños. Se le ha llamado “mural de los bebedores” y es una de las más ricas muestras de la pintura mural prehispánica; data aproximadamente del siglo III d.C. Para este momento, en la población convivían varias etnias, tanto de la costa como del resto del altiplano. El tianquiztli o mercado era uno de los más afamados en Mesoamérica.
A la pirámide se le adosó en el lado oeste un edificio de varios cuerpos con una larga escalinata de casi 15 m de altura. Se caracteriza porque sus tableros están adornados con “petatillo”, tal como se ve en la reconstrucción actual.
Nuevamente, la idea de un templo y pirámide más grandes y más altos movió a la teocracia gobernante y al pueblo devoto a iniciar una verdadera obra de titanes. Se sobrepuso a la segunda pirámide y a todos sus añadidos una de mayor magnitud. Ésta sería la verdadera Gran Pirámide, pues se desplantó sobre un terreno de más de 400 m por lado. La altura promedio de esta monumental estructura fue de casi 65 m, sin contar las dimensiones del templo, que debió ser muy alto. Con estas características, el gran teocalli —dedicado quizá al dios del agua o de la lluvia— fue el más grande del mundo prehispánico. La gente de los otros pueblos llamó a este santuario Tlachihualtépetl, que quiere decir “cerro artificial” o “cerro hechizo”.
Por todos los lados de la gran pirámide se formaron grandes espacios abiertos, delimitados por edificios elegantemente decorados. Tal es el caso de la plaza sur, a la que se conoce como “patio de los altares”, debido a los altares y estelas ahí encontrados, los cuales son de algún tipo de roca metamórfica y están decorados con volutas, al parecer plumas de ave estilizadas que nos recuerdan la costa del Golfo.
A finales del siglo VIII, Mesoamérica experimentó un cambio profundo. El apogeo de las grandes ciudades declinó y algunas fueron abandonadas. La ciudad sagrada del Tlachihualtépetl sufrió también guerras y calamidades, y la crisis se aceleró por una erupción del volcán Popocatépetl. El gran centro ceremonial fue objeto de destrucción y saqueo, para posteriormente ser abandonado. Los edificios se fueron cubriendo por la tierra de los adobes al desmoronarse. Poco a poco fueron creciendo hierba y árboles, hasta dejar todo con la apariencia de un cerro desolado. Sobre las plataformas abandonadas, muchos años más tarde se construyeron algunos pequeños edificios, como altares y tumbas, pero sin conexión alguna con el antiguo santuario.
Poco tiempo después del desastre, los sobrevivientes edificaron —junto con los invasores— un nuevo centro ceremonial, en donde hoy se asienta la plaza mayor de la ciudad de San Pedro Cholula, lugar que alcanzó a recobrar su grandeza y esplendor perdidos. Fue ahí donde el conquistador Cortés, para amedrentar a los tenochca, realizó una de las matanzas más crueles que registra la historia de la humanidad.
El antiguo asentamiento se ubica entre los municipios de San Andrés y San Pedro Cholula, 117 km al este de la Ciudad de México y a sólo 6 km de la capital poblana, a través de una vía rápida directa conocida como Ruta Quetzalcóatl.
En noviembre de 1519, cuando Hernán Cortés y su ejército entraron en Cholollan, lo que es hoy la zona arqueológica abierta al público era ya un lugar abandonado y destruido desde ocho siglos atrás; la ruina total del conjunto le daba la apariencia —que hasta hoy presenta— de un pequeño cerro lleno de árboles, tierra y maleza. Años más tarde, el padre fray Toribio de Benavente, “Motolinia”, descubrió que se trataba de los restos de un antiguo teocalli y, como tal, lo describió en su Historia de los indios.
Sobre este monumento y su importancia histórica se interesaron algunos famosos estudiosos como Alexander von Humbolt, el capitán Guillermo Dupaix y otros más. Arqueológicamente se realizaron algunas exploraciones por parte de arqueólogos como Leopoldo Batres, Manuel Gamio y Enrique Juan Palacios, pero los trabajos iniciaron formalmente en 1931 bajo la dirección del arquitecto Ignacio Marquina; su sistema de exploración a base de túneles para detectar subestructuras fue todo un éxito y constituye un ejemplo todavía vigente de técnica y tenacidad.
El espacio que actualmente ocupa la zona arqueológica de Cholula es tan sólo una pequeña parte de lo que fue la importante ciudad prehispánica, que llegó a rivalizar con Teotihuacán, El Tajín, Monte Albán, Xochicalco y muchas otras. Los primeros vestigios de ocupación en el área se remontan a más de un milenio antes de nuestra era, pero ya fueron muy claros en el siglo VI a.C., con una incipiente población en las riberas de una ciénega ya desaparecida. El sitio para el primer templo fue escogido sobre un manantial con el fin de que el edificio quedara consagrado. Esto por los efectos mágico-religiosos que el agua brotante tenía en las antiguas concepciones indígenas.
Para el siglo II a.C. se dieron las condiciones que permitieron la construcción de un basamento piramidal de regulares dimensiones; se trata de la primera Gran Pirámide, que tiene más o menos 120 m por lado en su base, con cuatro cuerpos en talud y escalinata hacia el poniente. Esta estructura se construyó al mismo tiempo que la pirámide del Sol en Teotihuacán.
A diferencia de otros edificios mesoamericanos, aquí se utilizaron grandes bloques de tierra compactada (adobes), pegados con lodo para poder formar el enorme núcleo. A esta pirámide se le agregaron algunos elementos, como una serie de tableros decorados con pintura mural que representan insectos con cabeza parecida a un cráneo humano; se les conoce como “los chapulines”.
La creciente extensión de la ciudad, su funcionamiento como santuario y centro económico —cada día más importante— fueron quizá los motivos para que se ideara la construcción de un basamento más grande. Fue así que se levantó la segunda Gran Pirámide, mayor que la de la Luna en Teotihuacán; su planta cuadrada tiene cerca de 170 m por lado y casi 45 m de altura. Este basamento piramidal ofrece la disposición original; cada uno de sus nueve cuerpos inclinados está formado a base de escalones. En algunas partes son meramente simbólicos, pero los de acceso debieron estar al oeste. Además, las esquinas de esta pirámide están remetidas, dando un aspecto singular a todo el conjunto. Asimismo, el edificio fue revestido con una gruesa capa de estuco que originalmente estuvo pintada con brillantes colores y simbólicos diseños.
Como a la pirámide anterior, se le recargaron algunos edificios con sus propios basamentos, escaleras y pasillos. Fue tal la cantidad que se ha dicho que el “cerro” guarda siete pirámide superpuestas. Por lo menos en el lado sur de la pirámide se han encontrado restos de superposiciones de antiguos edificios, todos con las mismas características: tableros remetidos y decorados con bandas diagonales pintadas en vivos colores con representación de elementos como estrellas de mar y caracoles.
Uno de estos edificios conserva casi completa su fachada, de aproximadamente 65 m de largo, con una altura variable que en promedio mide dos metros. El muro está decorado con una representación a base de colores muy bien conservados; representa una ceremonia relacionada con la bebida, pues despliega una gran cantidad de personajes que en su mayor parte toman unas vasijas grandes y pequeñas para beber un licor de color blanquecino que podría tratarse de pulque. El motivo pictórico se presenta en dos planos. El inferior se desarrolla sobre una larga banqueta de la que cuelga un tapiz de extraños diseños. Se le ha llamado “mural de los bebedores” y es una de las más ricas muestras de la pintura mural prehispánica; data aproximadamente del siglo III d.C. Para este momento, en la población convivían varias etnias, tanto de la costa como del resto del altiplano. El tianquiztli o mercado era uno de los más afamados en Mesoamérica.
A la pirámide se le adosó en el lado oeste un edificio de varios cuerpos con una larga escalinata de casi 15 m de altura. Se caracteriza porque sus tableros están adornados con “petatillo”, tal como se ve en la reconstrucción actual.
Nuevamente, la idea de un templo y pirámide más grandes y más altos movió a la teocracia gobernante y al pueblo devoto a iniciar una verdadera obra de titanes. Se sobrepuso a la segunda pirámide y a todos sus añadidos una de mayor magnitud. Ésta sería la verdadera Gran Pirámide, pues se desplantó sobre un terreno de más de 400 m por lado. La altura promedio de esta monumental estructura fue de casi 65 m, sin contar las dimensiones del templo, que debió ser muy alto. Con estas características, el gran teocalli —dedicado quizá al dios del agua o de la lluvia— fue el más grande del mundo prehispánico. La gente de los otros pueblos llamó a este santuario Tlachihualtépetl, que quiere decir “cerro artificial” o “cerro hechizo”.
Por todos los lados de la gran pirámide se formaron grandes espacios abiertos, delimitados por edificios elegantemente decorados. Tal es el caso de la plaza sur, a la que se conoce como “patio de los altares”, debido a los altares y estelas ahí encontrados, los cuales son de algún tipo de roca metamórfica y están decorados con volutas, al parecer plumas de ave estilizadas que nos recuerdan la costa del Golfo.
A finales del siglo VIII, Mesoamérica experimentó un cambio profundo. El apogeo de las grandes ciudades declinó y algunas fueron abandonadas. La ciudad sagrada del Tlachihualtépetl sufrió también guerras y calamidades, y la crisis se aceleró por una erupción del volcán Popocatépetl. El gran centro ceremonial fue objeto de destrucción y saqueo, para posteriormente ser abandonado. Los edificios se fueron cubriendo por la tierra de los adobes al desmoronarse. Poco a poco fueron creciendo hierba y árboles, hasta dejar todo con la apariencia de un cerro desolado. Sobre las plataformas abandonadas, muchos años más tarde se construyeron algunos pequeños edificios, como altares y tumbas, pero sin conexión alguna con el antiguo santuario.
Poco tiempo después del desastre, los sobrevivientes edificaron —junto con los invasores— un nuevo centro ceremonial, en donde hoy se asienta la plaza mayor de la ciudad de San Pedro Cholula, lugar que alcanzó a recobrar su grandeza y esplendor perdidos. Fue ahí donde el conquistador Cortés, para amedrentar a los tenochca, realizó una de las matanzas más crueles que registra la historia de la humanidad.
Mapa
Sabías que...
- El patio de los altares es la parte más espectacular de la zona arqueológica, sobre todo por la gran armonía y proporciones de los edificios que lo delimitan, los cuales presentan un elegante escapulario con su respectivo tablero remetido.
- Además de la zona arqueológica, Cholula cuenta con numerosos edificios coloniales de gran mérito, como la Capilla Real, el convento franciscano, la arquería de su plaza, la parroquia de San Andrés y los famosos templos de Tonanzintla y Acatepec.
Un experto opina
Eduardo Merlo Juárez
Centro INAH Puebla
Información práctica
Martes a sábado de 09:00 a 18:00 hrs. Último acceso 17:00 hrs.
$95.00 pesos
El tunel se encuentra cerrado
Se localiza dentro del área urbana de Cholula, 10 kilómetros al poniente de la ciudad de Puebla.
Desde la Ciudad de México, tomar la Carretera Federal 150 México-Veracruz y seguir por la desviación sur que lleva a Cholula.
Desde la ciudad de Puebla, tomar la carretera directa a Cholula.
Desde la ciudad de Puebla, tomar la carretera directa a Cholula.
Se puede llegar en transporte público.
Servicios
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+52 (222) 235 1478
Directorio
Administrador de la Zona Arqueológica y Museo de Sitio
Martín Cruz Sánchez
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