Se sabe que Jacinto Martínez de Concha era vecino de la villa de León. Al morir Velázquez de Lorea, ya había desempeñado los puestos de ayuda de cámara de Francisco y Garazpe, alcalde mayor, comisario y teniente en el Tribunal de la Acordada. Fue propuesto como sustituto del fallecido y, al ser aceptado su nombramiento, pasó a la ciudad de México a ocupar su puesto desde el 3 de abril de 1756. Se le nombró juez y capitán del Real Tribunal de la Acordada. Desempeñó también los cargos de alcalde provincial de la Santa Hermandad de la gobernación de Nueva España, Nueva Galicia y Nueva Vizcaya; guarda mayor de Caminos y juez del Juzgado Privativo de Bebidas Prohibitivas (el cual pudo ser efectivo desde 1766) y, poco después, para evitarle conflictos con la Audiencia y otros tribunales, fue oidor honorario de la Real Audiencia de Su Majestad. Es difícil saber su edad, pero debía ser un hombre maduro, pues en una carta al virrey, fechada en 1756, se asienta que lleva 20 años sirviendo en la Acordada, y poco después, en otra carta de 1761, aduce que lleva 28 años. Debió haber sido letrado, pues el fiscal encargado de la sucesión de Velázquez de Lorea recomienda para este puesto a una persona togada y con estudios, ya que era un trabajo de gran responsabilidad. Se observa, por los documentos, que debió ser una persona sumamente honesta y leal al reino, pues ostentaba gran poder, el cual no tenía jurisdicción y no hay indicios de que haya abusado de él. En 1769 su salud empezó a decaer, primero padeció una enfermedad de los ojos y después una del pecho, lo que le impidió seguir desarrollando con eficiencia su papel, y en varias cartas dirigidas al virrey solicita su renuncia debido a la imposibilidad de continuar. En este punto es donde resalta su importancia, pues el virrey le expide varias licencias en espera de su restablecimiento, y lo apremia, lo reconforta y lo estimula a volver a desempeñar sus funciones. En varias ocasiones regresa al trabajo, pero recae, por último, se retira al entonces pueblo de Tlaxpana, donde el virrey, viendo su gravedad, le solicita nombrar a sus posibles sustitutos. Muere el 14 de octubre de 1774, bajo los cuidados de un doctor y un monje Bethlemita.
Colin M. Maclaclan, La justicia criminal del siglo XVIII en México.
Alicia Bazán Alarcón, "El Real Tribunal de la Acordada y la delincuencia en la Nueva España", en Historia mexicana, vol. XIII, pp. 317-245.