En esta obra aparece san Ignacio recostado en una cama, vistiendo camisón blanco y sosteniendo una vela en sus manos entrelazadas. Lo rodean seis personajes vestidos con el traje talar negro, quienes sostienen un crucifijo y una vela, leen un libro y se enjugan las lágrimas con un paño blanco. En la parte posterior de la composición se encuentra de pie un sacerdote vestido con alba, muceta y casquete rojos. A la izquierda de la composición es posible observar, en un rompimiento de gloria, a la Virgen María con el Niño Jesús en un trono de nubes sostenido por tres querubines y un ángel. En la parte inferior central, un acetre con un hisopo en su interior; al fondo una repisa con libros y, a la derecha del óleo, otra escena en la que el santo, de pie, otorga su bendición a una mujer arrodillada.
Estas escenas nos remiten a la historia de la vida de san Ignacio de Loyola en el momento de su muerte. Desde Manresa había sufrido una enfermedad del estómago, y a pesar de los minuciosos ciudadanos de los médicos y los cuantiosos medicamentos, diez años después de la llegada de Ignacio a Roma comenzaron sus indisposiciones, que fueron agravándose. El 24 de julio de 1555, san Ignacio volvió a la Casa Profesa de Roma, donde los médicos consideraron que su estado no era de cuidado, pues los males que le aquejaban habían sido los mismos a lo largo de los últimos años. Sin embargo, el enfermo no pensaba así. El 31 de julio, por la mañana, uno de quienes lo cuidaban entró en su cuarto y lo vio en agonía, por lo que avisó a Cristóbal de Madrid y a Andrés de Freux, quienes acudieron acompañados de algunos otros a la habitación del moribundo. La escena principal de la obra representa el momento en que estos personajes acompañan al enfermo en su lecho de muerte. De la boca de San Ignacio sale una inscripción que reza: Jesús, Jesús.
Este cuadro, que cuenta con el no. 27 de la serie, perteneció originalmente a la Casa Profesa de México y pasó después a formar parte de la colección de los P.P. del oratorio de San Felipe Neri, quienes la cedieron a la Compañía de Jesús. Los jesuitas la donaron el 12 de agosto de 1970 al Museo Nacional del Virreinato.
Pablo Dudon, San Ignacio de Loyola, pp. 493-495.