En esta obra se aprecia al centro del óleo, de rodillas, con hábito y capa negros, la figura de san Ignacio que observa una figura humana cubierta únicamente con un cendal blanco, volando sobre un paisaje, entre nubes y rodeada por tres ángeles y dos querubines. A la izquierda del óleo, otra escena muestra al santo acompañado de otro personaje, abrazando a un enfermo dentro de una choza.
Esta pintura nos remite a la historia de la vida de san Ignacio cuando, a fines de julio de 1537, después de ordenados él y sus compañeros, convinieron en salir de Venecia y repartirse por varias ciudades, en donde mendigarían su pan y reservarían largas horas para la meditación, con el objeto de prepararse para su primera misa. La escena del fondo recuerda que en Basano, Jayo y Rodríguez compartían la vida con un ermitaño. Dormían en el suelo y el alimento les preocupaba poco. Con las privaciones, Rodríguez cayó enfermo y los médicos lo desahuciaron. Al enterarse Iñigo, fue en su busca acompañado de Laínez y Fabro. Como lo describe la escena secundaria de la pintura, al llegar ante Rodríguez, el santo lo abrazó y desde ese momento el enfermo sintió mejoría.
La escena principal hace alusión al momento en que los padres Hoces y Coduri fueron enviados a Padua, donde el primero enfermó y murió. Iñigo estaba entonces en Monte Casino ocupado en dar los Ejercicios Espirituales, sin embargo, una mañana en que oía misa, tuvo la visión que el pintor dejó plasmada en este cuadro: vio a Hoces resplandeciente de gloria en medio de los santos y del ángeles.
Esta obra tiene asignado el número 17 dentro de la serie que perteneció originalmente a la Casa Profesa de México y pasó después a formar parte de la colección de los P.P. del oratorio de San Felipe Neri, quienes la cedieron a la Compañía de Jesús. Los jesuitas la donaron el 12 de agosto de 1970 al Museo Nacional del Virreinato.
Pablo Dudon, San Ignacio de Loyola, p. 271-280.