En esta obra es posible apreciar, en la parte inferior derecha, a san Ignacio de Loyola observando la representación del infierno. Las tormentas, las tentaciones y los demonios llevan a las almas pecadoras hasta él, y los motivos de los pecados afectan a personas de todas edades y sexos. En una escena campestre se encuentran representados un fraile franciscano leyendo, un peregrino y un jesuita, personajes que suben al cielo.
En una escena secundaria, san Ignacio tiene una visión en la que ve cómo las diferentes órdenes llevan las almas al cielo, en donde las espera un ángel con la palma del triunfo y una corona de rosas que simboliza el triunfo sobre el pecado.
La parte superior dela composición la ocupan la creación de Eva, el nombre de Dios en hebreo, vírgenes y apóstoles. Estas escenas nos remiten a la Meditación del infierno que escribió san Ignacio, en la que consideraba que era importante ver con la vista de la imaginación las dimensiones del mismo; sentir la pena que padecen los dañados en él para evitar caer en el pecado; imaginar los grandes fuegos y las ánimas como cuerpos ígneos; oír los llantos, alaridos, voces y blasfemias contra Cristo y los santos; oler el humo, piedra azufre, sentina y cosas pútridas; gustar la tristeza; sentir cómo los fuegos tocan y abrasan las ánimas.
Esta pintura perteneció al Colegio de San Francisco Javier de Tepotzotlán, por lo que seguramente era una obra a la que se le atribuía la función didáctica de provocar en la imaginación de los novicios el ambiente infernal, tal como lo pedía san Ignacio en su Meditación del infierno.
San Ignacio de Loyola, Obras completas, p. 214.