San Ignacio nació en 1491 (1) en el castillo de Loyola en Azpeitia, en la provincia de Guipúzcoa, siendo sus padres Beltrán Yáñez de Oñaz y Loyola y doña María Sáez de Balda. Fue el hijo más joven de once hermanos. Transcurridos los primeros años de su vida fue enviado por sus padres a la corte de los Reyes Católicos. En 1521 participó en la defensa del castillo de Pamplona, batalla en que una bala de cañón le rompió una pierna. Fue entonces enviado por los franceses al castillo de Loyola, donde después de varias operaciones logró salvar la vida; pero quedó lisiado. Durante su convalecencia leyó varias biografías de santos, lecturas que le hicieron reflexionar: "Si esos hombres estaban hechos del mismo barro que yo, también yo puedo hacer lo que ellos hicieron". (2) Para lograr la perfección espiritual, Ignacio hizo toda la penitencia corporal posible, hasta que una noche fue consolado con la aparición de la Madre de Dios llevando a su Hijo en brazos. Una vez sano, Ignacio costeó sus estudios con limosnas y, después de ser encarcelado varias veces por predicar, obtuvo en el año de 1543 el título de maestro en artes en la Universidad de París. En esa ciudad se le unieron seis estudiantes de teología, quienes hicieron votos de pobreza y castidad y decidieron predicar el evangelio en Palestina. De no ser posible esto, prometieron ofrecerse al papa para que los empleara en el servicio de Dios. Ignacio creó una regla y en septiembre de 1540 Paulo III aprobó la creación de la Compañía de Jesús. San Ignacio murió el 31 de julio de 1556, siendo canonizado en 1622.
En esta obra viste el hábito de la orden, compuesto por sotana negra. La cinta blanca que va de su cinturón a las manos de la Virgen y el Niño, podría verse como símbolo de la unión espiritual con la Madre de Dios. El ángel que aparece en el extremo derecho sostiene el cáliz con el monograma JHS, atributo personal del santo. La Virgen con el Niño en brazos recuerdan el momento en que ambos se le aparecieron para reconfortarlo.
(1) Pedro de Ribadeneira, Vida san Ignacio de Loyola, p. 23.
(2) Alban Butler, Vidas de santos, p. 222.