Este cuadro muestra la efigie de Cristo, en una representación muy cercana a la que conocemos como del Divino Rostro. Se cuenta, como hemos dicho, que mientras Jesús caminaba hacia el Calvario, una mujer llamada Verónica se apiadó de su padecimiento y secó el sudor de su cara con un velo, en el que milagrosamente se plasmó la imagen del Salvador. En el evangelio apócrifo de Nicodemo, se pone en la boca de la Verónica la narración de esta escena: "Cuando mi señor se iba a predicar, yo llevaba muy a mal el verme privada de su presencia; entonces quise que me hicieran un retrato para que, mientras no pudiera gozar de su compañía, me consolara a lo menos la figura de su imagen. Y, yendo yo a llevar el lienzo al pintor para que me lo diseñase, mi Señor salió a mi encuentro y me preguntó adónde iba. Cuando le manifesté mi propósito, me pidió el lienzo y me lo devolvió señalado con la imagen de su rostro venerable". (1)
Este tipo de representación se remonta a la época en que vivió san Buenaventura, a quien se atribuye el haber escrito las Meditaciones sobre la Vida de Jesucristo, en las que se despiertan los devotos sentimientos en los que la imaginación suple a la verdad histórica. (2)
Fue consignada por Manuel Romero de Terreros en un estudio dedicado a López de Herrera. Procede del Museo de Arte Religioso, incorporándose en 1970 al Museo Nacional del Virreinato.
(1) Evangelio de Nicodemo, Evangelios apócrifos, p. 422.
(2) Emile Mâle, El arte religioso, p. 86.
(3) Manuel Romero de Terreros, "El pintor Alonso López de Herrera", en Anales del IIE, v. IX, núm. 34.