La obra representa dos momentos de la peregrinación que realizara san Ignacio a Tierra Santa. En la escena secundaria se ve un bergantín -característico del siglo XVII- en el que se supone que san Ignacio viajó de Venecia a Jaffa. Varios personajes aparecen agrupados, como si hablaran entre ellos, mientras que el santo se encuentra en la proa, extasiado ante la visión de Cristo. A decir de su biógrafo, las apariciones de Dios tuvieron lugar "...muchas veces en todo el tiempo de su navegación se le apareció, y con increíbles consolaciones y gozos espirituales le regaló y sustentó; y finalmente, le llegó al puerto tan deseoso de aquella tierra santa".(1)
En la sección principal del lienzo, Cristóbal de Villalpando puso al santo -acompañado de una mujer con quien había hecho amistad (2) arrodillado en actitud reverente; composición inspirada en el siguiente párrafo: "...le vino [a san Ignacio] un encendido deseo de tornar la visita al monte Oliveto, donde en una piedra se ven hoy día las señales que dejó impresas de sus divinos pies el Señor al tiempo de su subida a los cielos".(3)
El artista sitúa la acción dentro de una construcción de tipo renacentista, cuya cúpula recuerda la del Panteón de Roma. Las figuras de san Ignacio y de la mujer están rodeadas de varias personas, entre las que se encuentran dos niños.
Esta obra forma parte de una serie realizada para el antiguo colegio jesuita de Tepotzotlán.
(1) Pedro de Ribadeneira, Vida de san Ignacio de Loyola, p. 66.
(2) Francisco de la Maza, El pintor Cristóbal de Villalpando, p. 229.
(3) Pedro de Ribadeneira, op. cit., p. 68.