La hacienda nació en la época virreinal. Originalmente se trataba de propiedades muy extensas en las que se criaba ganado y aves de corral, se sembraban productos agrícolas alimenticios y se producían textiles, se explotaban canteras, minas y todo aquello que permitiera el abasto de sus dueños y sus trabajadores. Además, se producían algunos excedentes que se vendían en los mercados o en las grandes ciudades. El Porfiriato heredó la forma productiva de la hacienda y fue en este periodo cuando alcanzó su mayor auge, aunque a costa de la explotación de los peones que trabajaban en ellas. La Ley de Desamortización (de bienes de la Iglesia) permitió incrementar la extensión de las haciendas, y, gracias a los ferrocarriles y al crecimiento de la economía, se pudo elevar la producción de artículos para el mercado.
En esa época florecieron, por ejemplo, las haciendas pulqueras, situadas principalmente en el estado de Hidalgo, las azucareras del estado de Morelos, las henequeneras de Yucatán y las algodoneras de Coahuila.