Durante siglos, el Zócalo de la capital funcionó como un enorme mercado. Casi en su totalidad estaba invadido por puestos en los que se vendían desde frutos y hierbas medicinales hasta ollas de barro y objetos robados. El edificio que se observa al fondo era el Parían, donde se vendían muebles, telas, cristales y otras mercancías procedentes de Europa y de Oriente. Al mercado acudían representantes de todas las clases sociales y mezclas raciales que convivían en la Nueva España; había españoles y criollos, indígenas y mestizos, negros y mulatos, religiosos y funcionarios reales, artesanos, letrados, mineros y comerciantes.
La Plaza Mayor era el sitio idóneo para enterarse de los acontecimientos que ocurrían en el resto del territorio, como los levantamientos populares de 1767, que surgieron por la expulsión de los jesuitas y la severa represión que el visitador José de Gálvez ejerció contra los insurrectos. Como en esta plaza se habían fraguado rebeliones similares, aquí se levantaban la picota para dar azotes o someter a la vergüenza pública a los infractores, así como la horca para los sentenciados a muerte.
Asimismo, sobre una columna descansaba la estatua del rey de España en turno, como recordatorio del poder imperial al que estaba sometido el Virreinato.