Esta pintura es la segunda de una serie de doce de las Alegorías del Credo de Miguel González. Corresponde al segundo artículo del credo, como demuestra la cartela: “San Andrés. Creo en Jesucristo su único hijo, que es solo señor nuestro”. En la Edad Media se difundió la idea de que la oración del Credo había sido formulada por los Apóstoles, al ir pronunciando cada uno las frases que lo conforman.

Dado que este fragmento del Credo alude a Jesús, no sorprende que la escena representada sea la Transfiguración. Según el evangelio, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan y subió con ellos a la montaña a orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Los discípulos vieron a Moisés y Elías revestidos de gloria conversando con él. Pedro propuso hacer tres carpas, una para Jesús, otra para Moisés y otra para Elías. Mas mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía: “Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo” (Lc 9:28; Mt 17:1-8 y Mc 9: 2-8).

La luminosidad inherente a la escena adquirió particular importancia en esta obra gracias a la destreza de González. El artista aprovechó el brillo del nácar para mostrar la luz que parece emanar de Jesús, cuyas vestiduras presentan una capa pictórica muy ligera que permite advertir la blancura deslumbrante subyacente. En realidad, las vestiduras de todos los personajes muestran un trabajo pictórico esmerado sobre las incrustaciones de concha. Ahora bien, el protagonismo de Jesús es evidente no sólo por su situación como eje de la composición, sino también por la luminosidad que de Él emana. Es decir, González puso las particularidades de su arte al servicio de las necesidades iconográficas de la escena.

En el plano terrenal, Pedro es un hombre mayor, de barba, situado a la derecha del espectador, mientras que Santiago y Juan se hallan a la izquierda. Sus expresivos gestos muestran la sorpresa que les causa ver a Jesús transfigurarse. El fondo es neutro, pero González incluye sendos árboles en los extremos de la composición y un pequeño tronco trunco en el primer plano. Este último proviene de los modelos tardomanieristas, pero tanto Miguel como Juan González los usaron con profusión —por ejemplo, en sus conocidas series de la Conquista de México.

La composición deriva de la serie Credo de los Apóstoles grabada por Johannes Sadeler I, basada en los diseños de Martin de Vos y publicada en Amsterdam en 1579. González invirtió a Moisés y Elías —que en su obra aparecen respectivamente a izquierda y derecha— y rejuveneció a Santiago y Juan. La obra exhibe un notable parecido con la representación del mismo tema de una serie anónima de 24 tablas de la Vida de Cristo conservada en el Museo de América de Madrid.

Sonia Irene Ocaña Ruiz

Cuadro con marco de madera decorado con incrustaciones de concha. La serie complete consta de doce tablas, seis de las cuales pertenecen al Patrimonio Artístico del Banco Nacional de México desde 1971. (1) Esta es la segunda tabla de la serie.

En 1931 Manuel Romero de Terreros informó de la existencia de la serie de doce tablas en la iglesia de Santa Isabel Tola, cercana a la población de la villa de Guadalupe. El autor basó su comentario en información del profesor Antonio Cortés. (2)

(1) José de Santiago, Algunas consideraciones sobre las pinturas enconchadas del Museo Nacional de Historia, México, INAH, 1976, p. 11.

(2) Manuel Romero de Terreros, “Miguel González”, Contemporáneos, núm. 35, abril de 1931, pp. 83-84.

Dujovne, Marta, Las pinturas con incrustaciones de nácar, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1984.

Ocaña Ruiz, Sonia I., “Nuevas reflexiones sobre las pinturas incrustadas de concha y el trabajo de Juan y Miguel González”, en Anales, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas, Vol. XXXV, 102, Primavera 2013, pp. 125-176.