En Tzintzuntzan, como en la mayoría de los pueblos prehispánicos, el culto a la muerte era un aspecto ritual de gran relevancia. Los guerreros muertos en combate eran enterrados con altos honores y ofrendados con alimentos y bebidas. Además de sus arcos y flechas, sus cenizas se depositaban en ollas que eran enterradas.

Cuando moría el cazonci, se le ataviaba con cascabeles, collares, orejeras, brazaletes y bezotes; se le enterraba junto con algunos de sus sirvientes, quienes llevaban joyas e instrumentos para continuar ejerciendo el oficio que realizaban en vida del cazonci.

Los objetos suntuarios, como los que aquí se muestran, eran usados por personajes de alto rango como sacerdotes, guerreros o nobles. La obsidiana, jadeíta y las conchas eran considerados materiales, preciosos y estaban reservados para la clase dirigente. Las pipas, la flauta y las ocarinas o silbatos eran utilizados en las ceremonias. Además, la delicadeza y detalle de los objetos dan cuenta del grado de especialización artesanal empleado en su producción.