Corresponde a una visión de lo acontecido a finales del siglo XIX y principios del XX.
El año de 1877 marcó el inicio del Porfiriato. En Michoacán, la restauración constitucional lograda por Manuel González y el nombramiento de Bruno Patiño como gobernador abrieron paso al inicio de un gobierno de casi 30 años, en los que el país experimentaría radicales cambios en aras de la modernidad y del progreso.
Los primeros años no fueron tiempos de paz. Hubo una rebelión encabezada por Epitacio Huerta, pero la amenaza seria la constituyeron los bandidos, asaltantes de caminos y secuestradores. Los descontentos regionales serían aplacados hasta 1881.
Michoacán contaba con una población de 618,240 habitantes, distribuidos de manera equitativa entre los centros urbanos y rurales. Durante el primer año del Porfiriato se inició un programa de recuperación demográfica mediante campañas de vacunación y medidas sanitarias cuyos resultados hicieron crecer a Morelia, Uruapan, Zamora, Puruándiro y Zinapécuaro, sitios donde se encontraban las haciendas más prósperas. De igual forma se revisaron las leyes de salud, se mejoraron los hospitales existentes y se establecieron otros como el de La Piedad.
En 1907 se resolvió el conflicto de límites entre los estados de Michoacán y Guerrero, al dejar el río Balsas como límite natural entre ambos estados: Pungarabato (hoy Ciudad Altamirano) y Sirándaro se integraron a Guerrero, mientras que La Orilla pasó a ser parte de Michoacán.
Hubo un aumento de la producción de maíz, frijol, trigo, cebada, chile, haba, ajonjolí y algodón. Se abrieron fábricas textiles en Morelia, Uruapan y La Piedad. De igual modo se mejoraron las relaciones entre el Estado y la Iglesia. Esta última contribuyó al desarrollo material de Michoacán al remozar sus templos y abrir escuelas y centros de salud.