La reverencia al águila por parte de las diferentes sociedades prehispánicas se puede comprobar por su presencia constante en ofrendas y grabados en sitios arqueológicos como Teotihuacan, Tula y Chapultepec, entre otros.
En el mundo mesoamericano, el águila representaba el sol, era su dualidad; un águila real o dorada, diurna, cazadora, depredadora, que simbolizaba la fuerza y el sacrificio. Recuérdese que los pueblos sedentarios dependían de la observación del caminar o movimiento del sol en el horizonte para saber cuándo sembrar, cosechar, realizar festividades, sacrificios, etcétera.
Se elaboraban cajetes, malacates y objetos con atributos de esta especie para uso ritual; las figurillas de cerámica con yelmo en forma de pico de águila y rostros únicos nos remiten a los guerreros águilas, el más importante grado en la jerarquía militar mexica. Es importante señalar que el uso tanto de imágenes como de plumas estaba limitado a la nobleza.
Con la expansión de los mexicas en la cuenca de México, el águila se retomó como elemento fundacional de la Gran Tenochtitlan y su presencia continúa como símbolo patrio hasta nuestros días.
La imagen prehispánica presenta elementos básicos como la roca, el nopal, corazones y el águila, la serpiente se incorporó a partir de la segunda mitad del siglo xvi; de esta manera comenzaría a construirse el símbolo de la nación mexicana.