Desde el siglo XVI hasta la segunda mitad del siglo XVIII, el gobierno virreinal dirigió sus políticas de orden y control en torno a los centros mineros y los caminos reales que los conectaban con haciendas, ranchos y ciudades comerciales.
El Camino Real de Tierra Adentro, que atravesaba el centro hacia el extremo norte del reino –de la Ciudad de México a Santa Fe de Nuevo México–, era la ruta de las mercancías de obrajes y talleres artesanales desde los mercados locales y tianguis hasta las enormes ferias regionales (como la de San Juan de los Lagos, la más importante del centro-occidente).
El tránsito de hombres y cosas por esta larga vena, junto con las quebradas rutas de las sierras sureñas o las que se perdían en los horizontes de las provincias internas de Coahuila y Texas, el Nuevo Reino de León y la Nueva Santander, dio los perfiles a un territorio que se poblaba despacio y que prosperó hasta que las urgencias de las guerras europeas hicieron a la Corona cambiar el estatuto de Reino por el de Colonia para extraer las riquezas novohispanas.