Donde el pasado merece futuro
A tan sólo tres kilómetros al noroeste del Zócalo de la Ciudad de México, la zona arqueológica de Tlatelolco es el único sitio donde convergen los grandes valores de nuestra historia nacional. México Tenochtitlan y México Tlatelolco cedieron su nombre a nuestro país y nacieron, crecieron y murieron al mismo tiempo. La primera perdió su denominación, pero no le borraron el rostro. Hoy sus vestigios emergen a cada paso de la modernidad, mientras que Tlatelolco ha conservado su nombre a través de los tiempos.
La zona arqueológica de Tlatelolco surgió a partir de 1944 gracias a la labor de Robert H. Barlow, Antonieta Espejo y Pablo Martínez del Río, quienes para 1948 habían logrado recuperar los vestigios de las etapas constructivas del Templo Mayor, diseminados entre los patios de Ferrocarriles Nacionales de México, la prisión y un cuartel militar. En 1953, estos vestigios quedaron protegidos por las leyes federales.
En 1958, Adolfo López Mateos destinó 1,200,000 m2 de este a oeste entre Tepito y Nonoalco, y del Eje 2 Norte a Flores Magón, para la construcción de la unidad habitacional que ahora lleva su nombre. Se levantaron 130 edificios que, sin cuidado, fueron cimentados sobre los restos prehispánicos del recinto ceremonial mexica tlatelolca, y también sobre los restos de la capital novohispana de la república de indios, cuyo mestizaje, sin duda, dio lugar a la tristemente célebre Plaza de las Tres Culturas.
Gracias a Francisco González Rul, Eduardo Matos y Braulio García, hoy tenemos 67 estructuras prehispánicas enmarcadas por la fachada de la iglesia del santo de los conquistadores, Santiago Apóstol, donde podemos apreciar su magnífico retablo y las pechinas del crucero: los cuatro apóstoles soporte de la iglesia montados en sus emblemas alados, hechos por manos indígenas con huesos humanos forrados de estuco coloreado.
Por otra parte, en la esquina suroeste del claustro franciscano podemos apreciar la Caja de Agua del Imperial Colegio de la Santa Cruz, donde se exhiben más de 12 m2 de la primera pintura mural mestiza de la Nueva España, con una alegoría de la vida cotidiana de los indígenas bajo el nuevo orden religioso.
En Tlatelolco se encuentra la réplica del Jardín de San Marcos, en Aguascalientes, donde en su centro oriental se yergue un obelisco columnado con bóveda de tambor, único en su género. Finalmente, cerrando el gran complejo cultural de Tlatelolco se localizan los restos del Tecpan, que albergan la primera pintura mural de David Alfaro Siqueiros. En ella las esculturas interactúan con la ruptura de los planos, formando un tríptico titulado Cuauhtémoc contra el mito (1944).
En resumen, el milenario rostro de Tlatelolco mira hacia el futuro con el mismo vigor con el cual, en cada capítulo de nuestra historia, surgió.