Opinión de un experto
El Museo de El Carmen
Antiguo Colegio de San Ángel o de Señora Santa Ana de frailes Carmelitas Descalzos

La erupción del Xitle, pequeño volcán de la serie Chichinauhtzin, sito en la base del Ajusco, cubrió con su manto de lava los testimonios de antiguas culturas que ocupaban el suroeste de la cuenca de México hacia el primer siglo de nuestra era. Lo poco que se conoce de ellas lo proporciona la arqueología; sitios arqueológicos como Cuicuilco o Copilco evidencian el desarrollo alcanzado por aquellos hombres del horizonte preclásico. Pasada la emergencia volcánica, la nueva ocupación humana se desarrolló preferentemente en la parte norte del pedregal volcánico, entre éste y la orilla de los lagos, donde después surgiría el pueblo de San Ángel, en épocas que no se conocen con exactitud.

Los datos históricos permiten aumentar el conocimiento de su devenir más reciente. Se sabe que el señorío tepaneca de Coyoacán, cuya cabecera era Azcapotzalco, contaba entre sus barrios con los de Tenanitla y Chimalistac, palabras nahuas que significan “junto a la muralla de piedra” y “escudo blanco”, respectivamente, en los albores del siglo xvi. Fue precisamente en Coyoacán donde el conquistador Hernán Cortés asentó su gobierno en forma temporal, tras la caída de Tenochtitlán, mientras esperaba la traza y edificación de la colonial ciudad de México.

En recompensa por los servicios prestados a la Corona española, el emperador Carlos V premió a Cortés con el título de marqués del Valle de Oaxaca, junto con el privilegio de ser la primera autoridad (mera y mixta jurisdicción) en territorios distribuidos en la parte central de Nueva España, una de las cuales fue el corregimiento de Coyoacán. Éste abarcaba el área que hoy ocupa la parte central de Coyoacán, San Agustín de las Cuevas (Tlalpan), Tacubaya, Cuajimalpa hasta la laguna de México, por un lado, y las cimas de la sierra del Ajusco, por la otra.

Hacia 1529 los frailes dominicos arribaron a Coyoacán para sumarse a las tareas de evangelización de los indios, donde poco antes les habían antecedido los franciscanos. Aquéllos fundaron el convento de San Juan Bautista en Coyoacán; compartieron las labores apostólicas con los franciscanos por unos pocos años. También fundaron capillas de visita en los alrededores, como en Chimalistac y Tenanitla; en ellos levantaron humildes capillas de visita dedicadas a san Sebastián y san Felipe Apóstol, respectivamente. A raíz de las fiestas de canonización de san Jacinto celebradas en Nueva España en 1596, cambiaron de nombre a su fundación en Tenanitla; desde entonces el incipiente caserío se comenzó a llamar Tenanitla de San Jacinto o San Jacinto Tenanitla.

A mediados del siglo xvi, el antiguo cacique tepaneca de Coyoacán, Juan de Guzmán Itztlolinqui, el Viejo, logró recuperar su cacicazgo de Coyoacán gracias a su alianza con los españoles; había conducido tropas de indios coyoacanenses a la guerra del Mixtón de Juchipila, bajo las órdenes del virrey Antonio de Mendoza en 1541. Se cuenta que en un combate contra indios hostiles cerca de Cuernavaca salvó la vida de Hernán Cortés, quien en muestra de gratitud le facilitó la restitución de su rango; luego consiguió el reconocimiento real de sus propiedades y el nombramiento de gobernador indio de Coyoacán. Entre sus diversas fincas se encontraba una inmensa huerta en el barrio de Tenanitla, la cual heredó su nieto Felipe de Guzmán Itztlolinqui en la segunda mitad de dicho siglo.

Los Hermanos de Nuestra Señora del Monte Carmelo

En Palestina, al sur del actual puerto de Haifa, se eleva con su perfil característico el monte Carmelo, desde donde se domina el mar Mediterráneo; carmel significa jardín o huerto en las lenguas arcaicas. Este monte fue considerado un lugar sagrado y de meditación desde los tiempos más remotos; el mismo Pitágoras gustaba de retirarse allí en busca de soledad para sus cavilaciones. Elías, el profeta del Antiguo Testamento, y sus discípulos tenían su refugio en este sitio. Los primeros escritores cristianos consideraron a Elías como el fundador del monacato, esto es, de los religiosos que optaban por el alejamiento de la sociedad en busca de perfección espiritual y de alabanza continua a Dios.

Se sabe que existía un monasterio dedicado a Elías en el año 570 d. C., aunque se desconoce cuándo se fundó. En tiempo de las Cruzadas, hacia 1156, soldados y peregrinos que iban a Tierra Santa decidieron hacer del monte su lugar de retiro para dedicarse a la vida contemplativa, donde establecieron un nuevo eremitorio dedicado a la Virgen María, en su advocación de Nuestra Señora del Carmen. La vida de los primitivos carmelitas –así designados popularmente– estaba consagrada exclusivamente a la oración y al trabajo en soledad; sólo se reunían para la celebración de ciertos actos litúrgicos.

Con la finalidad de normar su vida pidieron a san Alberto, el patriarca latino de Jerusalén, que les diera recomendaciones generales, las cuales redactó entre 1206 y 1214, y fueron aprobadas por el papa en 1226.

Las victorias musulmanas del siglo xiii provocaron que aquellos eremitas abandonaran el lugar y tomaran el camino de Europa. Se asentaron en Chipre, Sicilia, Francia e Inglaterra, para luego dispersarse por todo el continente. Los nuevos horizontes los obligaron a un cambio en su forma de vida; adoptaron los usos que seguían otras órdenes religiosas mendicantes como la dominica. En el capítulo general celebrado en Aylesford, Inglaterra, en 1247, se solicitó la aprobación de una regla formal que los transformó finalmente en una orden mendicante más.

En 1452, el prior general carmelita, Jean Soreth, obtuvo la autorización pontificia para establecer la rama femenina de la orden con mujeres devotas. Sin embargo, la orden carmelita sufrió, como el resto de la iglesia, las convulsiones que se sucedieron a fines del periodo medieval y principios del Renacimiento. Para el inicio del siglo xvi los carmelitas, frailes y monjas por igual, se habían alejado mucho de sus principios originales. Ante el estado que guardaba la orden, la monja carmelita Teresa de Jesús (1515-1582) se propuso devolverla a sus fines originales y emprendió una reforma interna en 1562. Poco después y a invitación de Teresa, fray Juan de la Cruz (1542-1591) se decidió a realizar lo propio con la rama masculina en 1568.

Estos hechos marcaron el nacimiento de la llamada descalcez en la orden carmelita. En 1593 los carmelitas descalzos o reformados se independizaron del todo de los calzados o mitigados, los cuales no aceptaron la reforma teresiana, y constituyeron una orden separada. El propósito fundamental de los carmelitas era dedicarse a la vida contemplativa y de oración en el interior de los conventos, con una pequeña tarea de apostolado, para alcanzar la perfección del alma y su consecuente salvación.

Los carmelitas descalzos en Nueva España

El deseo expreso de santa Teresa de Jesús de que su orden se sumara a la labor de evangelización que hacían otras en los territorios americanos y asiáticos, labor inusitada que fue acogida por muy pocos, fue el origen de su traslado a Nueva España. Como resultado inicial se acordó enviar un primer grupo de frailes a la Nueva España en el capítulo celebrado en Almodóvar del Campo, España, en 1583. En octubre de 1585 un total de once frailes descalzos entraban en la ciudad de México con el propósito de dedicarse a la evangelización en el norte de la Nueva España y las Filipinas, afán que sólo perduró hasta 1612.

La parroquia de indios de San Sebastián Atzacoalco, fundada por fray Pedro de Gante en el barrio ubicado al noreste de la ciudad de México, fue la primera casa que los descalzos tuvieron en la Nueva España, de donde rápidamente se diseminaron por el territorio: Puebla, Atlixco, Valladolid, Guadalajara y Celaya fueron fundaciones del siglo xvi. En 1595, a diez años de su llegada, se logró la constitución de la Provincia de San Alberto de Indias, independiente de existentes en España.

Fue entonces que su legislación apremió la necesidad de establecer un colegio para preparar a los frailes. Tras muchas vicisitudes, se logró fundar el Colegio de San Ángel en la misma ciudad de México en 1601, aunque corrió con suerte muy difícil en los primeros años. Dicho colegio estuvo destinado para el aprendizaje de la teología y la filosofía (artes) entre los frailes, aunque fue mudado al convento de Valladolid por órdenes venidas de España en 1607.

La fundación del convento sui generis en los montes de Santa Fe del Santo Desierto en 1605 tuvo mejor suerte, sitio que conocemos popularmente como el Desierto de los Leones. Con el transcurrir de los años las casas carmelitas proliferarían hasta sumar dieciséis. Las casas de Querétaro, Salvatierra, Tacuba, Toluca, Oaxaca, Orizaba, San Luis Potosí, Tehuacán y el traslado del Santo Desierto de Cuajimalpa a las cercanías de Tenancingo, testimoniaron el auge de la provincia carmelita de San Alberto durante la época virreinal.

La preferencia de la orden por admitir europeos, antes que criollos, y los acontecimientos políticos y económicos del siglo xix generaron la decadencia de la provincia que concluyó con las leyes de Reforma. Estas disposiciones liberales acabaron con lo poco que restaba del esplendor carmelita colonial.

El Colegio de San Ángel o Señora Santa Ana

En 1595 el cacique indígena de Coyoacán, Felipe de Guzmán Itztlolinqui, cedió a los carmelitas de México la tercera parte de una huerta que poseía en Chimalistac, como capital que avalaba la fundación de una capellanía para él y sus difuntos padres. Poco después, otros dos benefactores, Andrés de Mondragón y su mujer, Elvira Gutiérrez, adquirieron el resto de dicha huerta de Felipe en Tenanitla para entregarlo de inmediato a los carmelitas con el mismo propósito; luego siguieron otros benefactores y vendedores. Así, los religiosos dispusieron de un extenso terreno en tierras coyoacanenses para establecer una nueva casa.

El establecimiento definitivo del colegio carmelita, dedicado al santo mártir hierosolimitano san Ángel, comenzó con un mero hospicio eclesiástico en 1613, precisamente en aquellos terrenos próximos al establecimiento dominico de San Jacinto Tenanitla.

Para la edificación del colegio contaron con la sabiduría del lego carmelita fray Andrés de San Miguel, quien contaba con la experiencia suficiente para diseñar y dirigir la nueva obra. El 29 de junio de 1615 se colocó la piedra angular de la nueva casa carmelita. En menos de dos años se concluyeron el colegio y sus anexos, y los colegiales pudieron ocuparlo. El templo adyacente se levantó entre 1624 y 1626. Para 1628 se daban por terminados los trabajos principales, aunque todavía se continuó laborando en la erección de ala de la enfermería, la barda que limitaba la enorme huerta, los puentes sobre el río de la Magdalena y diversas obras hidráulicas y agrícolas que eran indispensables. El edificio resultó tan amplio y bien ubicado que se convirtió en sede de las reuniones trianuales de los superiores de la provincia, conocidas como capítulos, desde 1618 hasta 1858.

En 1634 se convino cambiar el nombre del colegio por el de Santa Ana, en función del deseo de otra benefactora: Mariana de Aguilar y Niño, viuda del famoso patrono del Santo Desierto de Santa Fe, Melchor de Cuéllar. Formalmente se adoptó el nuevo nombre, pero en lo cotidiano se seguía designando con el original de San Ángel.

La huerta que se extendía a espaldas del colegio (y que ocupaba buena parte de la actual colonia Chimalistac) fue destinada a la plantación de árboles frutales, los que con el tiempo proporcionaron ingresos suficientes al colegio para subsistir y ayudar a otras fundaciones de la provincia; también le ganaron prestigio. Tanto las peras, manzanas y perones como las muchas flores y hortalizas que en ella se sembraron —en tierras irrigadas por el río de la Magdalena— hicieron acreedor de una merecida fama a San Ángel, como lugar placentero y saludable, propio para veranear y convalecer. Las celebraciones que hasta la fecha se realizan en este barrio de la ciudad encuentran sus raíces en la labor secular de carmelitas y vecinos. La llamada cárcel de san Juan Clímaco (popularmente designada como Cámara de los Secretos), los tres puentes sobre el río —ahora entubado—, los restos de la barda de piedra y otros vestigios en los alrededores son mudos testimonios de una tesonera labor de más de tres siglos. La labor carmelita y los beneficios que acarreaba su huerta al vecindario hicieron que gradual y naturalmente se fuera llamando San Ángel al pueblo y se dejara de lado el antiguo de San Jacinto.

Las leyes de Reforma, particularmente las de desamortización de los bienes del clero y de exclaustración de las órdenes religiosas de 1859, fueron el principio de la ruina del colegio, la huerta y, al cabo, de la provincia carmelita entera. Los frailes fueron obligados a dejar el colegio en enero de 1861, el cual se puso bajo el cuidado del municipio de San Ángel.

En 1921 una parte del edificio fue entregada a la Secretaría de Educación Pública. Ocho años después (1929) se instaló un pequeño museo, a causa de la difusión que acarreó al barrio el juicio seguido a José León Toral y la religiosa Concepción de la Llata, reputados asesinos del presidente electo Álvaro Obregón. En 1939, al fundarse el Instituto Nacional de Antropología e Historia, se le asignó la custodia parcial del inmueble, como hasta la fecha se encuentra. Ya entonces se le designaba popularmente como el convento del Carmen, sede del Museo del Carmen.

La arquitectura del colegio y el Museo del Carmen

La reforma introducida por santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz era reciente cuando se edificó el colegio a principios del siglo xvii; el estilo arquitectónico elegido por fray Andrés de San Miguel concuerda con los principios de sobriedad, humildad y pobreza preconizados por ellos.

El templo se proyectó sobre una planta de cruz latina, abovedado y una cúpula de media naranja en el crucero, la cual fue sustituida por otra de gajos en el siglo xviii. Su fachada es más que austera, engalanada por dos frontones y un pórtico con tres vanos. La Capilla Sabatina o del Sagrado Corazón de Jesús se construyó durante la segunda mitad del siglo xvii; la del Señor de Contreras un siglo después.

El claustro principal del colegio tiene sólo corredores bajos abovedados; carece de altos como en conventos de otras órdenes; las proporciones armónicas basadas en el cubo y el cuadrado y el juego de claroscuros producido por paños y molduras le proporcionan calidad estética meritoria sin abandonar la severidad. En su flanco oriental encontramos la antesacristía y la sacristía con artesonados mudéjares que guardan bellos tesoros artísticos coloniales. Más allá están los lavabos con su bóveda singular, que marcan el acceso a las criptas donde se exhiben doce cadáveres momificados. Lavabos y criptas están decorados con hermosos azulejos de mayólica poblana y decoraciones murales pintadas.

Desde el claustro se puede apreciar la monumental espadaña en el muro sur del templo, lo mismo que otras tres pequeñas. Estas espadañas eran más económicas, rápidas y fáciles de construir que las torres-campanario comunes.

Al sur del claustro se encuentra la escalera principal que da acceso a la planta alta. A su lado se halla el llamado Patio de la Cocina con corredores en tres de sus lados, seguido por un espacio interesante: en lo que fuera la sala capitular —ornada antaño con pinturas de Miguel Cabrera— y el refectorio del colegio, se ha instalado el auditorio “Fray Andrés de San Miguel”, así denominado en homenaje al constructor del colegio.

En la planta alta se pueden visitar los pasillos con las celdas de los frailes, la capilla doméstica (adornada con un retablo salomónico dorado de la primera mitad del siglo xviii) con su sacristía, el antecoro y la biblioteca.

La parte correspondiente a la enfermería del colegio, adyacente al acueducto de doble arcada, incorporada recientemente al museo, se ha transformado en sede de exposiciones temporales.

El museo posee piezas de arte colonial provenientes de varios recintos virreinales en diversas partes del país y del propio colegio carmelita. Pintores como Cristóbal de Villalpando, Miguel Cabrera, Juan Correa, Juan Becerra, Francisco Martínez y otros cuentan con muestras de su arte expuestas en este recinto. Cuadros, esculturas, muebles, objetos litúrgicos y demás bienes sirven para engalanar el edificio carmelita, que se ha transformado en el monumento histórico más importante del San Ángel actual, reconocido por propios y extraños.


San Ángel, CDMX, otoño 2019
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