Desde su descubrimiento, a finales del siglo XVIII, Palenque fue motivo de especulaciones sobre civilizaciones perdidas o de curiosidad anticuaria. Sin embargo, los estudios arqueológicos realizados durante más de un siglo en la antigua urbe han maravillado al mundo científico por la alta calidad de sus obras arquitectónicas y escultóricas, además de las bien conservadas inscripciones glíficas, y por contener una de las tumbas funerarias más importantes hasta ahora descubiertas en el área maya.
Si bien a la fecha no se han podido determinar plenamente los procesos involucrados en el surgimiento de Palenque, los datos arqueológicos parecen indicar que a finales del Preclásico Terminal o Protoclásico (ca. 100-250 a.C.) se establecieron dos pequeñas aldeas sobre las estribaciones de una serranía cubierta de selva alta siempre verde. La primera de ellas cubría una superficie de 16 hectáreas y se ubicaba en la parte oeste de la futura ciudad, mientras que la segunda había sido erigida alrededor de lo que hoy conocemos como la Gran Plaza, y llegó a tener en su momento ocho hectáreas de extensión. Con el tiempo ambas aldeas estarían conectadas en una sola, cuyos habitantes la conocieron originalmente como Lakamha´, “lugar de las grandes aguas”, probablemente por los numerosos afluentes que cruzan la ciudad. A partir del Clásico Tardío (ca 250-900 d. C.).
Palenque terminó convirtiéndose en una de las ciudades más importante de las tierras bajas mayas noroccidentales; ocupó un área de 2.2 km2 y se erigió como el centro de una importante unidad política, económica y religiosa durante ese periodo. Su influencia se extendía hasta el sitio de Tortuguero hacia el occidente, mientras que la región del sitio de Chinikihá, señalado como su límite oriental, sería conocida como el señorío de B´aak.
Durante el apogeo de la ciudad es probable que en ella vivieran y trabajaran unas 8, 000 personas, en áreas densamente construidas que rodeaban el centro de la urbe, donde se aprovecharon tres terrazas naturales para levantar hasta unas 1,500 estructuras que seguían una traza urbana este-oeste.
Muchos de estos habitantes eran espléndidos artesanos que producían gran variedad de artículos de uso diario y de prestigio, aunque la mayor parte de la población trabajaba en las tierras fértiles y cuerpos de agua cercanos, obteniendo productos de la caza, la pesca y cosechando maíz y fríjol, los principales cultivos en los alrededores de la ciudad. Está claro que esta diversidad ecológica ofreció recursos suficientes para que sus habitantes se establecieran y la urbe alcanzara su máximo desarrollo, aunque para consolidarse necesitó requirió otros productos perecederos y no perecederos que no era posible obtener en la zona, sino a través del comercio. Productos como la jadeíta, la obsidiana y el cinabrio, por mencionar algunos, eran considerados de gran valor material y simbólico, por lo que eran comerciados de regiones lejanas, lo que contribuyó ampliamente al desarrollo de la vida urbana.
Por el florecimiento artístico, arquitectónico y religioso, Palenque ha sido considerada una de las ciudades más brillantes de las tierras bajas mayas noroccidentales. Ello significa que debemos cuidarla y conservarla para que les siga contando, a las generaciones futuras, su pasado indígena, y ofreciendo una visión de los aspectos más relevantes de su cultura y modo de vida.
Arnoldo González Cruz
Centro INAH Chiapas