Varias son las manifestaciones míticas plasmadas en los vestigios materiales de La Campana. En cuanto a la distribución regional del poder político habría que mencionar la presencia de una especie de embajadores teotihuacanos encargados de obtener ciertos productos, al parecer importantes para Teotihuacán, y su envío al Altiplano Central. Con dichos dignatarios viajaron importantes ideas impregnadas de sus principios cosmogónicos y cosmológicos, las cuales permearon en las sociedades del occidente mesoamericano. Lo anterior sustenta la existencia de un complejo religioso en el centro ceremonial-administrativo que destaca por su altura y el tamaño de sus edificaciones. Valga saber que las estructuras superiores se localizan a más de tres metros de la plaza inferior, lo que se logró por medio de rellenos artificiales.
En la parte superior del complejo se encuentra uno de los recintos principales de la antigua urbe. Se caracteriza por sus dimensiones y su diseño rectangular, que remite a la llamada Ciudadela de Teotihuacán, prototipo de los grandes recintos ceremoniales que se prolongan hasta el Posclásico con el Huey Teocalli de México-Tenochtitlan como manifestación mítica ancestral del diseño de la tierra.
Igualmente digna de resaltarse es la presencia de dos avenidas con respecto a los ejes este-oeste y norte-sur. El primero refleja un aspecto importante del pensamiento cosmogónico mesoamericano: la salida del sol por el este y su ocultación por el oeste después de ciclo diario. El eje norte- sur, por su parte, está asociado al culto al dios del fuego; al norte de la antigua ciudad se localiza el Volcán de Fuego, en donde habita el numen viejo que era objeto de culto. Los habitantes de La Campana crearon altares y pequeñas maquetas con la imagen de dicho volcán.
Otras manifestaciones del pensamiento mesoamericano, aunque adaptadas a la propia identidad de este asentamiento, se relacionan con el culto a la muerte como parte del ciclo vital de la naturaleza. De ahí la presencia de arquitectura mortuoria, como tumbas de tiro y de pasillo escalonado, donde se colocaban los restos de los muertos en función de su posición social y trascendencia. Las personas inhumadas se diferenciaban de otras por la forma de acceso a través de tiros cilíndricos o escalinatas escalonadas, mientras que, en otros casos, los cadáveres se colocaban en oquedades. Lo anterior sugiere una forma de diferenciarse en la estratificación social y, al parecer, no tiene relación con las diferentes épocas de desarrollo cultural en la región. También existen evidencias de la costumbre de incinerar los cadáveres, cuyas cenizas se ponían en las paredes de algunos tiros.
Cerca de la Tumba 9 de La Campana se encontraron 15 figuras de sapos modeladas en arcilla, decoradas con pintura roja pulida y dispuestas alrededor de una piedra cubierta de pigmento azul. Se trata de una especie de ritual en donde se señala la relación de dichos batracios con el agua y la fertilidad. Esto no sólo es un indicador de la presencia del espacio mortuorio, sino también la consideración del inframundo como un lugar ambivalente de muerte y fertilidad. Además, los sapos —relacionados con el culto al agua y, por consiguiente, con la fertilidad— se mencionan en varios de los mitos como mensajeros de las divinidades, en especial del numen del agua.
En la exploración del sitio se detectó una escalinata definida por muros laterales de piedra cubiertos con aplanado de lodo. Sobre los escalones se hallaron fragmentos de restos humanos y de figurillas antropomorfas, algunas de las cuales se pudieron restaurar. Al final de la escalinata se encontró un acceso rectangular trabajado en el tepetate y tapiado con metates, metlapilli y piedras.
Cabe señalar que, al quitar las piedras y el metate que protegían la entrada de la tumba, se localizó la escultura de una perra, al parecer cuidando el acceso. Por la presencia de piezas ofrendadas y restos óseos en el interior fue posible determinar que, efectivamente, el espacio era una tumba, en la que se habían colocado dichas piezas cerámicas a manera de acompañamiento u ofrenda.
Sobresalen varias ollas pintadas en rojo y café, algunas de las cuales contuvieron alimentos y agua o algún otro tipo de líquido. También se localizaron esculturas asociadas a la mítica mesoamericana, concretamente al mito de creación de los hombres: Quetzalcóatl baja al inframundo en la forma de su gemelo Xólotl (un perro) para robar los huesos preciosos que se encontraban en el centro de la tierra dentro del Señorío de Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl. Una vez que la bruja Quilaztli los moliera junto con el semen del numen, Quetzalcóatl tomó la mezcla y formó a los hombres.
Se hallaron otras esculturas de barro, como la imagen dual del numen creador por excelencia en el momento en que vertía su líquido sacro sobre los huesos molidos para darles vida. Asimismo, se identificaron dos cráneos fragmentados que habían estado cubiertos con dos máscaras mortuorias diferentes de las demás máscaras mesoamericanas. Son alargadas y tiene la boca cosida, lo que les impide hablar. Esto identificaba a los muertos, llamados “los mudos”.
En Mesoamérica existía la tradición de cubrir el rostro de los muertos importantes para así dotarlos de un rostro intemporal que ocultara la descomposición natural por el paso del tiempo. Al propio dios Quetzalcóatl como sacerdote de Tula se le colocó una máscara para cubrir las huellas de la vejez.