Cuando visitamos una zona arqueológica, es decir un asentamiento antiguo, pocas veces nos detenemos a pensar qué hubo detrás de todas esas construcciones imponentes, durante cuántos años y cuánta gente participó en su edificación, qué significó en términos de control social y religioso de la población, esfuerzo físico, conocimiento y especialización en ingeniería, matemáticas, física, arquitectura, astronomía y, por supuesto, sensibilidad artística.
En el caso de Cobá todo parece haber comenzado con pequeñas aldeas alrededor de los lagos, que garantizaban el suministro de agua en una región donde las fuentes de agua superficiales son escasas, ya que el preciado líquido corre por ríos subterráneos y sólo en ocasiones asoma a la superficie cuando la capa calcárea que cubre el suelo se colapsa.
Pensemos en las dificultades y esfuerzo que representó el levantamiento de la ciudad, ya que las características de un suelo nada uniforme, y con muchos desniveles, impedían construcciones estables, de modo que para poder cimentar sobre él los edificios más importantes se requirió primero una gran nivelación del terreno. Se necesitaron para ello miles de trabajadores: los que sacaban la piedra, los que la cortaban y le daban forma, aquellos que obtenían el sascab para la construcción, los acarreadores de agua, los que seleccionaban la piedra para producir la cal y los que la hacían. Suena normal y común pero, ¿y si recordamos que sus instrumentos eran de piedra, pues no conocían el metal, y tampoco tenían rueda ni animales de carga y todo se acarreaba a veces desde distancias enormes cargado sobre la espalda? Los albañiles que ponían piedra sobre piedra, los que preparaban la cal, los que repellaban, los que pintaban de rojo los muros y los que obtenían la pintura, las mujeres que preparaban el alimento para los que trabajaban, los escultores, los ceramistas y los campesinos y cazadores que producían los alimentos. Imaginemos todo ello en un escenario natural de características extremas, donde el suelo para los cultivos es muy somero, se agota rápidamente y hay que buscar nuevas tierras; donde el hombre está en permanente lucha con la vegetación, que siempre le pisa los talones.
Tomemos como ejemplo de construcción uno de los rasgos característicos de Cobá: los caminos levantados (sacbeoob), que han sido clasificados de acuerdo con su longitud. Tenemos caminos locales que comunican a la ciudad internamente, luego otros más extensos que llegan a lo que podríamos considerar los suburbios, es decir, asentamientos no muy lejanos, entre 2 y 6 kilómetros de distancia, y finalmente los dos caminos considerados regionales, ya que vinculan a Cobá con otras zonas lejanas como Yaxuná, que se encuentra a 100 kilómetros de distancia. Para la construcción de estos caminos regionales seguramente requirieron mano de obra fuera del ámbito de la ciudad de Cobá, proveniente de poblaciones cercanas a las regiones donde se dirigían, por ello se habla de un control político y una hegemonía regional. Construir estos caminos exigía un trabajo considerable, ya que atravesaban terrenos inundables y pantanosos, por lo que en algunos tramos tenían que alzarse a una altura considerable por encima del nivel del suelo. Los caminos fueron trazados y concebidos de manera muy eficiente, con un desnivel para la salida de agua y un aplanado de estuco que permitiera una superficie lisa y cómoda para caminar los trechos largos, que haría el transporte de bienes y de personas más eficiente.
Por eso, cada vez que visites una ciudad antigua no te quedes en la superficie, observa, imagina, piensa, pregúntate. No olvidemos que aquello que vemos fue producto del esfuerzo de muchos hombres y mujeres a lo largo de cientos de años, que costó sangre, sudor y lágrimas y que está en nuestras manos defenderlo y preservarlo.