Los grupos otomíes
Los otomíes forman parte del tronco lingüístico otopame, que abarca los idiomas otomí, mazahua, matlazinca, ocuilteco, pame del norte, pame del sur y chichimeco jonaz. A su vez, se integra lingüísticamente a la gran familia otomangue (Wright, 1997). De acuerdo con la región de procedencia se autodenominan Hñähñü, Ñuhu, Ñhato o Ñuhmu, y actualmente se encuentran distribuidos en los estados de México, Querétaro, Hidalgo y Guanajuato, así como en puntos aislados de Tlaxcala, Michoacán y Veracruz. En el centro de México durante el Posclásico Tardío fueron el grupo más numeroso después de los mexicas, y su presencia se remonta, por lo menos, hasta el periodo Clásico. La información disponible indica que el área nuclear de los otomíes, desde donde migraron a otras regiones (como Tlaxcala y Puebla, en el oriente y Michoacán en el poniente), fue Xilotepec o Mandenxi en Hhähñü.
A la caída de Tula, posiblemente, Xilotepec constituía un señorío independiente; posteriormente, los tepanecas dominaron toda la región otomí y antes de la llegada de los españoles estuvieron subordinados a la Triple Alianza. Durante la guerra chichimeca, otomíes del antiguo señorío de Xilotepec-Chiapan ayudaron a los españoles en esa empresa bélica y también poblaron nuevos centros en el Bajío y norte de México, como Querétaro, San Juan del Río, San Miguel Allende y San Luis la Paz, entre otros. Durante mucho tiempo fueron considerados un grupo marginal que, aunque dependía de los grandes centros de poder, oscilaba entre las culturas mesoamericanas y las de los cazadores-recolectores. La mayor parte de las crónicas históricas que tratan sobre ese grupo son fuentes cuyo tema central son los mexicas; en ese sentido, son escasos los documentos que aportan información más amplia sobre la cultura otomí; tal es el caso de los códices de Huichapan, Huamantla, Jilotepec y algunas relaciones geográficas como la de Querétaro. Tradicionalmente, las investigaciones antropológicas sobre el grupo se han orientado hacia la lingüística, monografías etnográficas en diferentes comunidades y algunos trabajos de antropología física, así como estudios de folclore y artesanías. Los estudios arqueológicos han sido escasos.
En los años setenta del siglo XX fue cuando se emprendieron investigaciones arqueológicas de gran escala por primera vez en una región otomí, en este caso en Huamango, Estado de México (Piña Chan, 1981). Posteriormente, a partir de la década de los ochenta de ese mismo siglo, surgieron trabajos arqueológicos a nivel regional en el Valle del Mezquital (López Aguilar y Fournier, 2009; Fournier, 2007). En los años noventa e inicios del presente siglo se implementaron trabajos de área en Jilotepec (Brambila,1997) y Chapa de Mota (Sánchez Alaniz, 2009). Los trabajos de área en Jilotepec y Chapa de Mota han permitido definir tres enclaves ecológicos: la sierra, zona de barrancas y valles intermontanos. En todos ellos se han determinado evidencias de ocupación prehispánica, lo que nos orilla a plantear una relación dinámica y compleja de los habitantes con su medio ambiente dentro de una secuencia temporal prolongada. (Sánchez Alaniz, op. cit.).
Los sitios ubicados en la parte superior de las barrancas y lomas comparten ciertas características, como seguir el eje principal de las topoformas, estar próximos a fuentes hidrológicas como ríos y arroyos, presentar sistemas de terrazas, así como la adaptación de las construcciones a la topografía. Otra característica es que al parecer existe un patrón de distribución en los asentamientos, pues suelen localizarse en líneas equidistantes que van de 1 a 1.5 km. Este modelo disperso, pero a la vez equidistante, persiste de manera clara en algunas comunidades distribuidas en la parte superior de las barrancas, como son El Arenal, La Cañada, y los Oratorios, en el Municipio de Villa del Carbón, Estado de México. En estos sitios arqueológicos se ha determinado un amplio rango cronológico, con datos del Preclásico Medio (sitio La Capilla), Epiclásico (Las Moras, El Mogotito y La Palma), Posclásico temprano (La Cantera y pueblo de Quelites) y Posclásico Tardío. De todos ellos, Las Moras, por su ubicación geográfica, distribución espacial, complejo sistema de terrazas y profusa presencia de materiales cerámicos y líticos, pudo haber fungido como un sitio rector durante el Epiclásico.
La información recuperada en campo indica que existe una especie de corredor o ruta del área de Tepeji del Río hacia Chapa de Mota con asentamientos que muestran una fuerte presencia mexica, aunque también hay evidencia de ocupación más antigua, como hemos señalado. Esta vía permitía conectar la parte suroeste del Valle del Mezquital con el sector norte del Valle de Toluca a través del paso natural o “puerta” de la Sierra de las Cruces que está situado alrededor del actual poblado de Chapa de Mota (Sánchez Alaniz, 2009). Los sitios de la sierra se caracterizan por estar emplazados en cerros cuyas alturas oscilan entre los 2,770 y 3,100 msnm y suelen consistir desde sencillos adoratorios, donde se depositaban ofrendas, hasta sitios con arquitectura compleja formada por plataformas de nivelación y varias estructuras con un sistema constructivo basado en el relleno de piedras ígneas amorfas y recubrimientos conformados por lajas calzadas una sobre otra. En general se aprovecharon las elevaciones naturales y afloramientos rocosos para la construcción de estructuras. También destaca la privilegiada ubicación geográfica de estos asentamientos, pues suelen presentar un excelente dominio visual del horizonte. A la fecha, muchos de esos lugares constituyen referentes o marcas territoriales entre la población y son considerados espacios sagrados. Sin duda alguna, Chapa el Viejo e Iglesias Viejas —con ocupación en el Posclásico Tardío—, por su ubicación, distribución espacial y complejidad arquitectónica, son los más representativos.
Los sitios ubicados en los valles intermontanos son de topografía plana y están situados entre macizos montañosos con una altura que fluctúa entre los 2,400 y 2,600 msnm. Dado que se encuentran en espacios propicios para la agricultura y asentamientos humanos suelen estar muy destruidos. No obstante, en los límites de Tepeji del Río con Villa del Carbón localizamos dos sitios con evidencias arquitectónicas. En uno de ellos, San Mateo Buenavista, se observa una ocupación mexica; el otro se localiza en el poblado de Quelites y presenta una secuencia ocupacional que arranca en el Clásico y continúa con materiales del Posclásico Temprano y Tardío. En el valle de Chapa de Mota se encontró el asentamiento denominado “La Esperanza”, con restos de una estructura arquitectónica y una gran cantidad de materiales cerámicos del tipo azteca III. En relación con las manifestaciones gráfico-rupestres, destaca el registro de dos sitios. Uno de ellos es el localizado en Villa del Carbón, que revela una secuencia de pinturas zoomorfas, astronómicas y antropomorfas plasmadas en diferentes paneles. El otro sitio es el abrigo rocoso de Matlavac, Chapa de Mota, con grabados tallados en la roca que representan elaborados diseños zoomorfos y antropomorfos relacionados con atributos de Quetzalcóatl.
Finalmente, una cuestión nodal que ha enfrentado la arqueología desarrollada en regiones otomíes es la caracterización de la cultura material de esos grupos. En otras palabras, estamos aún lejos de definir lo otomí a partir de los restos materiales. No solamente la cerámica puede aportar datos, se deben considerar otros elementos como la arquitectura, el patrón de emplazamiento de los sitios arqueológicos, contextos rituales, manifestaciones gráfico-rupestres y a la vez, sin caer en mecanicismos, es necesario apoyarnos en los datos etnográficas para entender con mayor profundidad la cultura prehispánica Hhähnü. Empero, este camino recién empieza a recorrerse.
José Ignacio Sánchez Alaniz
Dirección de Registro Público de Monumentos y Zonas Arqueológicas