El corazón de María, al igual que el Sagrado Corazón de Jesús, ha sido objeto de un culto particular. Ya san Lucas hace alusión al corazón de la Virgen como el estuche en que se guardan los hechos y lo dicho por Jesús: ¿María por su parte guardaba con cuidado todas estas cosas, meditándolas en su corazón (San Lucas II, 9).
Aunque en el siglo XIII comienzan las manifestaciones del culto al corazón de la Virgen, mucho contribuirían posteriormente a su difusión los escritos de Juan Janspergio, san Pedro Ganisio, Luis de Blois, Luis de Granada, san Francisco de Sales y sobre todo los de san Bernardino de Siena, llamado el doctor del corazón de María. (1)
El culto alcanzó su consolidación hacia 1640, gracias a la labor del padre Vicente Guinigi de los clérigos regulares de la Madre de Dios, y de san Juan Eudes, el gran promotor del mismo, con lo que quedó establecido a través de este culto el inefable amor de María a Dios y a los hombres. En 1799, Pío VI concedió fiesta particular a la ciudad de Palermo, y en 1805 Pío VII la extendió a todos aquellos que la pidiesen con el oficio Mulates Mulandes, pero fue hasta 1944, con Pío XII, en que dicha fiesta se extendió a toda la Iglesia.
En esta alegoría, la Virgen aparece representada con los atributos de la Inmaculada Concepción: túnica blanca, manto azul y su cabeza rodeada por una aureola formada con 12 estrellas; pero lo distintivo es su ostensible corazón atravesado por una pequeña daga que recuerda sus dolores. Arrodillada a sus pies, está una monja carmelita que le presenta, con la ayuda de un angelillo, un cesto lleno de corazones, cada uno con el nombre de una hermana en la orden, por lo que puede inferirse que de esta manera se invoca la intercesión mariana hacia las carmelitas, y a su vez, alude posiblemente al amor de la Orden hacia el sagrado corazón de María.
(1) Gabriele M. Roschini, Diccionario Mariano, pp. 126-127.