La tradición señala que todo hombre tiene un ángel guardián que lo guía y lo acompaña y es el intermediario entre el hombre y Dios. En los evangelios ya se habla de los ángeles custodios: "Mirad que no desprecies a uno de esos pequeños, por que en verdad os digo que sus ángeles ven de continuo en el cielo de la faz de mi Padre, que está en los cielos". (San Mateo XVIII, 10).
Santo Tomás menciona que nuestro Ángel de la Guarda nos ha sido concedido desde el momento de nuestro nacimiento; es representado tradicionalmente como un joven imberbe, vestido con túnica blanca, símbolo de la pureza, protegiendo o guiando a niños. En esta obra el ángel aparece sobre nubes, recordando su origen celestial, guiando a un niño al cual le señala con la mano izquierda el cielo, como recordando el buen camino hacia Dios.