Santa Lucía nació en Siracusa, de familia noble. Educada desde niña en la fe cristiana, muy joven se consagró a Dios, manteniendo en secreto sus votos. Hizo una peregrinación al sepulcro de santa Agueda, para pedir por la curación de un mal que aquejaba a su madre, quien quedó sanada, por lo que Lucía pidió a ésta que entregara a los pobres la dote que pensaba darle para casarse. Su prometido delató a la joven de ser cristiana, pero insistió en la boda, lo que significaba para la santa perder la virginidad. Dios lo impidió, pero Pascasio ordenó entonces que pereciera abrasada en una enorme hoguera. Después de arder y consumirse toda la leña Lucía estaba intacta. (1)
A partir de la Edad Media se invocaba a la santa contra las enfermedades de los ojos, posiblemente porque su nombre está relacionado con la luz. Este patronazgo dio orígen a leyendas como la de que el tirano mandó que le sacaran los ojos, o que Lucía se los arrancó para entregarlos a un enamorado que estaba prendado de su belleza; en ambas leyendas la joven recobró la vista y sus ojos fueron más hermosos que antes. (2)
Aquí, santa Lucía viste lujosamente, lo cual hace referencia a su nobleza y riqueza; la charola con los ojos que porta alude a las leyendas medievales antes mencionadas, mientras que la palma que sostiene con su mano izquierda simboliza su triunfo ante el martirio.
(1) Santiago de la Vorágine, La leyenda dorada, pp. 43-46.
(2) Alban Butler, Vidas de santos, t. IV, p. 550.