Opinión de un experto
Contradicciones históricas

En la última sala del Museo del Pueblo Maya, en la zona arqueológica de Dzibilchaltún, se encuentra una imponente máquina de hierro forjado, importada de Europa para fabricar el hilo de henequén, un producto que llegó a ser conocido como “el oro verde”. Las especies de henequén que se producen de forma natural en el norte de la Península de Yucatán, llamadas Chelem y Sisal, son plantas que crecen fácilmente en difíciles condiciones climáticas. Este tipo de maguey o agave, denominado Ki en maya, necesita poca agua, resiste altas temperaturas y sus raíces pueden adaptarse a los suelos calcáreos de la península. Además, sus fibras son muy resistentes, con ellas se producían excelentes cuerdas que resistían las condiciones extremas del mar. Por estas razones uno de los principales consumidores de cuerdas de henequén fue la flota naval del imperio británico. Esto hizo que las haciendas henequeneras de Yucatán formaran parte de una industria global sumamente exitosa. Cerca de la máquina para fabricar hilo también pueden observarse múltiples tipos de monedas con las que se les pagaba a los peones de la hacienda que alguna vez ocupó la gran extensión de tierra donde se erigió la antigua ciudad prehispánica de Ich Kaan Ti’Ho, el nombre en antiguo Cholti’ano de Dzibilchaltún.

Desde mediados del siglo XVII, las inmediaciones del núcleo urbano de la antigua ciudad prehispánica se convirtieron en una hacienda novohispana. Originalmente fungió como una hacienda ganadera. El cenote Xlacah fue seriamente modificado para alojar al ganado en la orilla este, al construir una pequeña barda de piedra que delimitaba el corral para los animales. También se hizo un dique en el extremo nororiente del cenote para que los animales pudieran bajar hasta el nivel del agua para beber y ser aseados.

Con la llegada de la modernidad porfirista a la región, la hacienda se transformó en un enorme plantío de henequén. Es probable que la vegetación de selva baja xerófila que vemos hoy en día en el sitio no haya existido ahí desde tiempos prehispánicos. Es importante recordar que la producción de cal para la fabricación de aplanados en todos los inmuebles de la ciudad prehispánica, así como para la nixtamalización de las tortillas, requiere enormes cantidades de madera para calcinar la piedra caliza, de tal suerte que se convierta en cal viva. Esto significa que deforestación en las inmediaciones de la ciudad prehispánica que se asentó en Dzibilchaltún, desde el siglo V hasta el XI, debió ser muy alta. Los hombres jóvenes de cada familia debieron despertar muy temprano para ir en busca de madera cada día, mientras las mujeres iban por agua. Fray Bernardino de Sahagún cuenta, en su Historia de las cosas de la Nueva España, que esa era la costumbre en las familias del Altiplano central mexicano. Es probable que en la Península de Yucatán estas responsabilidades se repartieran de igual manera.

De esta suerte, la fundación de una hacienda ganadera en los restos de la antigua ciudad prehispánica no debió requerir una alta deforestación. Esta condición resultó aún más útil para la explotación del henequén. Prácticamente, los 20 km2 de extensión que llegó a tener la ciudad en el siglo VIII, fueron aprovechados para sembrar sistemáticamente este agave tan resistente. Gracias a este nivel de deforestación, que se mantuvo hasta principios del siglo XX, se pudo realizar uno de los primeros mapas arqueológicos de gran precisión en el mundo.

Los resultados del mapa permitieron análisis profundos de los patrones de asentamiento, que sugerían una distribución diferenciada de estratos sociales en el territorio. La evidencia revelada por el mapa muestra que la ciudad del Clásico (600 al 900 d.C.) contaba con 7,560 estructuras pétreas distribuidas en una extensión de 19 km², la mayoría concentradas en grupos compactos de distintos tamaños. El asentamiento se organizaba en torno a dos grandes plazas centrales alrededor del cenote Xlacah, articuladas por cinco sacbeo’ob principales y cuatro secundarios con complejos arquitectónicos importantes en los cuatro puntos cardinales. Mediante un análisis urbano de los restos arquitectónicos que fueron mapeados se distingue diversos tipos de estructuras: 240 con espacios cubiertos con bóvedas pétreas; 194 con varios aposentos sin cubiertas de piedra; 1,706 unidades de un solo espacio sin bóveda, de las cuales 1,208 son absidales y 498 rectangulares; 5,964 plataformas pétreas sin construcciones permanentes encima y 286 estructuras misceláneas, pequeñas, que debieron tener diversas funciones.

El agrupamiento de estructuras en amplias terrazas es variable, va desde 10 estructuras en un área pequeña hasta 100 en una mayor. Hay 30 agrupamientos de este tipo, algunos bastante lejos del cenote. Los más grandes se localizan en el centro del asentamiento. Los más importantes cuentan con caminos elevados (sacbeo’ob) que conservan relativamente el nivel de la plaza central. La mayoría concentran varias estructuras alrededor de grandes patios y basamentos piramidales. Claramente, esta variabilidad arquitectónica debió correlacionarse con organizaciones sociales de linaje y especialización. La población total del sitio pudo alcanzar las 20,000 personas. La distribución de estratos sociales parecería seguir un patrón concéntrico, iniciando con un núcleo de ¼ km², contenido por un área densamente poblada de 3 km², seguido por un área más dispersa de 13 km², donde siguen habiendo edificaciones con bóvedas de piedra.

Esta información sobre la forma y funcionamiento de la antigua metrópoli maya es vital, y no hubiera sido posible identificarla de no haberse conservado por tantos años una gran extensión de territorio sin el crecimiento de una densa selva baja. Sin duda esto no es una condición que haya que aplaudir, es una pena que hayamos perdido tantas hectáreas de vegetación. Claramente, es una catástrofe ecológica, sobre todo en términos de la erosión constante de los pocos suelos naturales que se habían acumulado sobre la gran placa de caliza que conforma el subsuelo del norte de la Península de Yucatán. Empero, uno de sus efectos positivos fue el conocimiento científico que arrojó sobre una de las más importantes ciudades mayas del Clásico, en la región. Todo esto se lo debemos a la hacienda henequenera que se desarrolló durante el Porfiriato. La gran máquina de hilo, probablemente belga o francesa, ofrece testimonio directo de estas contradicciones históricas.

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INAH-Museo del Pueblo Maya de Dzibilchaltún
Máquina de hierro forjado para fabricar hilo de henequén
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