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Tal vez la devoción más arraigada en la sociedad novohispana del siglo XVIII es a la Virgen de Guadalupe, hecho evidente en los numerosos lienzos que emulan la tilma de Juan Diego, la cual adquirió volumen en esta escultura. Su tez morena parece olvidarse cuando se le contempla. Trabajada en marfil. Su postura e iconografía la hace inconfundible.