Sala / Tema
La vida cotidiana en Valladolid de Michoacán
En ella se encuentra El traslado de las monjas dominicas a su nuevo convento.
La vida de los habitantes de la ciudad de Valladolid (la futura Morelia), como la del resto de la Nueva España, estaba estructurada por la fe y la devoción religiosa. La campana de la Catedral marcaba el compás del día; éste se fraccionaba en siete partes, división que recordaba el número de veces que, según el Libro de Salmos de la Biblia, se debía alabar a Dios. Las fiestas del calendario litúrgico regían el ritmo del año.
De igual modo el esparcimiento era importante. A finales del siglo XVIII se acostumbraban los paseos a pie o en coche. Las calzadas de Guadalupe y de Nuestra Señora de los Urdiales eran las favoritas de los vallisoletanos para lucir vestido y abolengo. El animoso carácter de los novohispanos era afecto a la música y a los saraos; las pasiones se avivaban frente a las peleas de gallos, las partidas de naipes y el billar.
El chocolate constituía la bebida por excelencia. Caliente o frío, se consumía en fiestas, actos académicos y eventos públicos. Como muestra de generosidad y aprecio por los michoacanos, el obispo y el cabildo catedralicio convidaban chocolate en agua a los feligreses durante la Cuaresma.
Algunos vecinos prominentes convocaban a sus amigos en tertulias o reuniones, donde presentaban obras de teatro actuadas por ellos mismos, leían en voz alta gacetas y libros, discutían sobre política y acontecimientos de la ciudad y disfrutaban de la música y el baile. Los buenos anfitriones deleitaban a sus invitados al pasar en charola de plata polvillo de tabaco, papel de enrollar y un bracerito. Fray Francisco de Ajofrín comentó sobre el consumo del tabaco en la Nueva España: “Chupan todos, hombres y mujeres y hasta las señoritas más delicadas y melindrosas”.
De igual modo el esparcimiento era importante. A finales del siglo XVIII se acostumbraban los paseos a pie o en coche. Las calzadas de Guadalupe y de Nuestra Señora de los Urdiales eran las favoritas de los vallisoletanos para lucir vestido y abolengo. El animoso carácter de los novohispanos era afecto a la música y a los saraos; las pasiones se avivaban frente a las peleas de gallos, las partidas de naipes y el billar.
El chocolate constituía la bebida por excelencia. Caliente o frío, se consumía en fiestas, actos académicos y eventos públicos. Como muestra de generosidad y aprecio por los michoacanos, el obispo y el cabildo catedralicio convidaban chocolate en agua a los feligreses durante la Cuaresma.
Algunos vecinos prominentes convocaban a sus amigos en tertulias o reuniones, donde presentaban obras de teatro actuadas por ellos mismos, leían en voz alta gacetas y libros, discutían sobre política y acontecimientos de la ciudad y disfrutaban de la música y el baile. Los buenos anfitriones deleitaban a sus invitados al pasar en charola de plata polvillo de tabaco, papel de enrollar y un bracerito. Fray Francisco de Ajofrín comentó sobre el consumo del tabaco en la Nueva España: “Chupan todos, hombres y mujeres y hasta las señoritas más delicadas y melindrosas”.
Muestra de piezas exhibidas en esta sala