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Hacia la modernidad
El proyecto republicano liberal triunfó sobre el Segundo Imperio y se consolidó en las siguientes décadas, hasta que fue puesto en tela de juicio en 1910. La Constitución de 1857 continuó siendo la expresión más acabada de las ideas liberales que fundamentaban la nación, aunque no reflejaba las aspiraciones del grupo conservador ni de muchos sectores de la población. Porfirio Díaz adoptó políticas conciliatorias con sus antiguos enemigos; se combinaron los proyectos políticos de los conservadores con los de los liberales: el Poder Ejecutivo, en pugna con el Legislativo desde la época de Iturbide, impuso su supremacía a un Congreso debilitado.
Gracias a nuevas leyes y a los avances técnicos de la época, a la estabilidad política nacional y a un contexto internacional favorable, entre 1890 y 1910 muchas fábricas, minas y haciendas gozaron de una bonanza hasta entonces desconocida; se garantizó la seguridad en la inversión de capitales, se reordenó la hacienda pública y se fundaron los primeros bancos.
El ferrocarril unió el norte y el sur, el este y el oeste del país; permitió la exportación del henequén, algodón, chicle, café, azúcar, hule y los metales. Porfirio Díaz mejoró los caminos vecinales y persiguió a los bandoleros que asaltaban a los viajeros y a los trabajadores del campo. Apoyó la inmigración de italianos y alemanes para trabajar y colonizar regiones poco pobladas. Chinos y japoneses llegaron también como mano de obra para la construcción de los ferrocarriles, y abrieron además giros comerciales prósperos.