Al final de sus vidas, los hombres y mujeres de la generación de la Independencia habrían visto muchos cambios: desapareció el Virreinato de la Nueva España y nació México; se pasó de los intendentes a los caudillos, de los linajes y las castas a la invención del ciudadano, del silencio obligatorio al surgimiento de la opinión pública…
Otros asuntos, sin embargo, siguieron igual, como la profunda brecha social y el uso de tecnologías atrasadas en el campo y las minas, en transportes y mercados. Las enfermedades endémicas y las epidemias iban y venían como siglos atrás: en 1833, por ejemplo, la epidemia mundial de cólera cobró miles de víctimas en ciudades y centros mineros.
También fueron testigos de otras transformaciones en la geografía y la política nacional. El conflicto con el estado mexicano de Texas, que buscaba separarse del país, comenzó en 1836. Antonio López de Santa Anna fue derrotado y capturado en San Jacinto; a partir de entonces los texanos jamás volverían a ser mexicanos y tal decisión fue respaldada por el gobierno de los Estados Unidos de América. Diez años después se desencadenó la guerra contra la potencia del norte y se perdería casi la mitad del territorio. Estos trágicos sucesos serían, tal vez, los últimos que atestiguarían quienes nacieron en 1765, cuando el visitador Gálvez inició las reformas borbónicas.