Los conventos novohispanos exigieron una arquitectura especial que respondiera a las necesidades de las religiosas que los habitaban, así como a la de los fieles que acudían al templo. La peculiaridad de estas construcciones radica en la presencia de los coros, espacios arquitectónicos de forma cuadrangular y de dimensiones suficientes para que desde ahí (y sin ser vistas por la feligresía) las monjas pudieran escuchar y tomar parte de los servicios religiosos.
El coro bajo representaba el umbral para la vida de las religiosas, pues en él recibían el hábito de novicias; también lo era para su muerte, ya que aquí estaban la cripta y el osario. El acceso a éste se hacía desde el interior del claustro principal y por medio de la escalera de caracol que conduce al coro alto. Las monjas acudían al coro bajo a escuchar misa luego de la hora prima.