Ya sea por exploración, comercio o guerra, el Mediterráneo fue surcado, desde la más remota antigüedad, por navíos minoicos, fenicios y, ocasionalmente, egipcios. Entre los años 1700 y 1350 a.C. la cultura minoica, establecida en la isla de Creta, alcanzó su máximo esplendor, mientras que la cultura micénica se desarrolló en el Peloponeso; ambos pueblos fueron los precursores de la posterior cultura helénica. Por su parte, los fenicios comerciaron activamente a lo largo de la costa oriental del Mediterráneo a partir del año 1200 a.C.
Después de un periodo de convulsión política y económica provocado por migraciones, invasiones y la interrupción de las rutas comerciales que abarcó a todo el Mediterráneo y parte del medio oriente, los griegos y los fenicios se convirtieron en potencias marítimas. Entre los años 800 y 600 a.C. los griegos se establecieron en el Mar Egeo, en torno al Mar Negro, en el sur de la península Itálica y en la isla de Sicilia. Por su parte, los fenicios se asentaron en la costa noroccidental de África y en la península Ibérica entrando en contacto con los pueblos iberos y con la cultura etrusca. Posteriormente los romanos a través de las conquistas militares extendieron la cultura latina, que incorporó elementos y tradiciones de los pueblos antes mencionados, por todo el Mediterráneo. Su dominio fue total hasta el año 395 d.C. cuando el Imperio Romano es dividido en dos entidades independientes.