Opinión de un experto
Imaginerías prehispánicas
La colección arqueológica del museo; una mirada rápida a sus tesoros

El espacioso atrio de Santo Domingo conduce a la entrada del Museo de las Culturas de Oaxaca, inaugurado hace casi un cuarto de siglo, y actualmente un referente obligado para el turismo nacional y extranjero. Las exposiciones permanentes y temporales muestran al público una notable colección de piezas arqueológicas e históricas, así como diversas manifestaciones del arte y la cultura contemporánea: pintura, conciertos, conferencias, presentaciones de libros, simposios y otros eventos similares, dan vida a sus instalaciones, que son el marco espléndido para su realización.

El exconvento asombra por su serena belleza. Las heterogéneas panorámicas que pueden verse desde los distintos ángulos del edificio nos muestran el claustro, el patio de novicios, el atrio, las esbeltas y macizas torres del templo y el jardín etnobotánico. Es común ver grupos de estudiantes de todos los niveles haciendo sus recorridos en visitas guiadas, lo que da cuenta de la importante función educativa del recinto.

La invaluable colección arqueológica que contiene el museo incluye numerosos ejemplos de urnas que representan a Cosijo y otras deidades asociadas como el dios Murciélago, acompañantes masculinos y femeninos, dioses serpientes, dioses con yelmo o máscara, urnas de Xipe, el dios Tlacuache, diversas diosas con tocado, silbatos, fragmentos de estelas, vasijas, sahumerios, piezas líticas y varios otros objetos arqueológicos. La colección del museo alcanza su máxima expresión con el conjunto de las joyas de la Tumba 7 de Monte Albán, descubiertas por el doctor Alfonso Caso en 1932. Los magníficos objetos de alabastro, concha, turquesa, jade, coral, obsidiana, perlas; los huesos de jaguar esgrafiados y la delicada y bella filigrana de oro, nos siguen deslumbrando por la maestría y belleza que lograron plasmar los artífices de la región mixteca en el periodo posclásico.

“Repartida en vastas áreas de los estados de Puebla, Guerrero y Oaxaca, la civilización Mixteca data de antes del segundo milenio a. C., y todavía después de la Conquista supo prolongar destellos de sí misma a través del sincretismo y la convivencia con la cultura dominante: ya desde la época precolombina, ante el poderío náhuatl, diversos señoríos mixtecos negociaban en el ámbito de lo político sus intereses frente a los de Teotihuacán o Tenochtitlán.

            Las rutas de su comercio partían desde Aridoamérica, según lo atestigua el azul turquesa de sus máscaras fúnebres, y llegaban a través de mar y tierra, cuando menos, hasta el Perú y Colombia, cuyo oro adquirió en La Mixteca diseños únicos, favorecidos por las técnicas de la orfebrería andina. Símbolo de la unidad que compartían con el resto de culturas de este continente es la greca mesoamericana, diseño ornamental por cuyos escalones de talud y tablero, diríamos, aprendieron a caminar parejamente aquellos pueblos remotos.

            Celosos dueños de su mitología no permitieron que el Tláloc azteca subyugara a Dzahui, señor del agua, cuyo culto permaneció hasta promediar el siglo xvi y que prolijeó en sinfín de monumentos; ni se resignaron tampoco a que el culto al crucifijo disolviera su memoria, antes bien aprovecharon la escritura occidental y sus medios de fijación para registrar sus anales. Los mixtecos han legado una de las mayores colecciones de códices en América. Del otro lado, los españoles reconocieron esta identidad cultural y se aprestaron a redactar gramáticas de su lengua (Arte en lengua mixteca) y vocabularios de sus expresiones, que hoy estarían requeridos por la ciencia lingüística a enriquecer la gramática histórica de las lenguas amerindias.

            Los mixtecos crearon su propio mundo, que ésta es la mejor definición de “sociedad”, y como siempre el solo estrato utilitario quedó rebasado por el mundo simbólico: cuando vemos una urna funeraria mixteca, una vasija trípode o un incensario o sahumerio, no estamos ante obras de arte en el sentido que solemos entender este término, como algo inútil pero estético; por el contrario, esta sociedad –como la mayoría– no distinguía claramente entre una cosa y la otra. Así, un caracol que servía como trompeta para anunciar rituales y batallas está profusamente estilizado y grabado con algún discurso pertinente a la ocasión. El utensilio tiene al mismo tiempo un uso práctico y una connotación religiosa. Asimismo, la representación antropomorfa de sus vasijas no lo es sino en cierto sentido: en tanto muestra la visión que del hombre tenían los mixtecos, pues no hay proporción de los miembros ni estudio del cuerpo como objeto aprehensible, sino una imagen a la vez mítica y atávica. No nos muestran al hombre mixteco como era, sino su representación”[1]

            Mucho se podría abundar sobre las culturas mixteca y zapoteca y en torno a la colección arqueológica, pero también al resto de la colección museográfica que cubre el periodo colonial y el México independiente con una valiosa y heterogénea, colección que incluye desde lienzos, planos, óleos, metalurgia, armas y armaduras, fragmentos murales, tallas estufadas, mobiliario del periodo republicano juarista y el porfiriato, hasta objetos del México revolucionario y moderno y un atisbo a elementos etnográficos que son una muestra de la riqueza etnocultural oaxaqueña.


[1] Noria, David. Algo más sobre la cultura mixteca
878_10-105287_III_Tesoros_de_la_Tumba_7_28_2_2
INAH-Museo de las Culturas de Oaxaca, ex Convento de Santo Domingo de Guzmán
Urna


Caso, Alfonso y Bernal, Ignacio, Urnas de Oaxaca, México, INAH, 1952.

Caso, Alfonso, El tesoro de Monte Albán, México, INAH, 1969.
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