Presenta el siglo XIX y dos proyectos de nación en pugna constante: el federalismo y el centralismo. La defensa de la soberanía ante la injerencia extranjera.
Michoacán después de la Independencia
Después de 11 años de guerra, Michoacán, al igual que el resto del país, enfrentó serias dificultades. En la intendencia donde se había gestado la guerra privaban la destrucción y el caos. Los campos de cultivo habían sido abandonados; el comercio estaba detenido; los minerales de Tlalpujahua y Angangueo se encontraban parcialmente paralizados y las instalaciones de muchas minas parcialmente estropeadas (adrede, por uno u otro de los bandos en pugna); la cría de ganado también había disminuido. La tan anhelada paz fue objetivo cumplido con la firma del Acta de Independencia, bajo el lema de las tres garantías: independencia, religión y unión.
Hacia 1824, con el establecimiento de la primera República federal, Michoacán formó parte de los 17 estados iniciales. Su primer Congreso constitucional se instaló el 6 de agosto del año siguiente y nombró al licenciado Antonio de Castro primer gobernador. José Trinidad Salgado, antiguo insurgente, ocupó el cargo de vicegobernador. En esta época comenzó una lenta y trabajosa recuperación.
Michoacán debió lidiar con los vaivenes políticos de entonces. Echaron raíz en el estado las ideas centralistas y federalistas que, por medio de logias, se diseminaron por todo México. Las dificultades entre ambos grupos desembocaron en revueltas y asonadas durante varias décadas. Michoacán se destacó por defender el proyecto republicano federalista y conservar para sí la autonomía. Sin embargo, en 1836 el centralismo se impuso en el país y se hizo de adeptos, quienes años más tarde defendieron el proyecto monarquista de la facción conservadora.