Opinión de un experto
El Museo del Templo Mayor

El Museo del Templo Mayor alberga el producto de las excavaciones que se han llevado a cabo en el edificio religioso más importante de la sociedad mexica. Sus ocho salas se dividieron desde su concepción en dos grandes secciones, imitando la cosmovisión dual que el propio templo mexica reflejaba en las dos capillas que lo coronaban. Las salas del lado sur corresponden a lo que representa Huitzilopochtli, dios de la guerra, en tanto que aquellas del lado norte atañen a lo relacionado con Tláloc, dios de la lluvia y los mantenimientos. A su vez y al igual que el Templo Mayor, está orientado hacia el poniente.

Huitzilopochtli: guerra y muerte

Lo primero que indica que vamos a entrar en el recinto del dios de la guerra es el muro de cráneos que se levanta en el vestíbulo del museo. En él observamos cráneos de piedra que se repiten uno junto a otro hasta lo inconcebible. Encontrados en su mayor parte del lado sur del Templo Mayor, quizás formaban parte de un altar-tzompantli.

La primer sala nos permite ubicar la larga historia de encuentros arqueológicos del pasado mexica, desde el descubrimiento de los dos monolitos, la Coatlicue y la Piedra del Sol, hasta los mas modernos descubrimientos realizados por el Programa de Arqueología Urbana. En el trayecto se exhiben tres depósitos rituales mejor conocidos como ofrendas. Las mayor parte de las piezas que se exhiben en el Museo formaron parte de ofrendas depositadas por los mexicas en su Templo Mayor, con el fin de entablar comunicación con sus divinidades. De esta forma le ofrecían a sus dioses lo más valioso que pudieron poseer: cuentas de piedra verde, máscaras, restos humanos, vasijas y un sinnúmero de objetos, además de una fuerte presencia de flora y fauna.

En la sala dos, dedicada a la muerte, encontramos los objetos más antiguos del Templo Mayor correspondientes a la etapa II (año 1390), y no es de extrañar que se relacionen con la muerte: hablamos de las urnas funerarias descubiertas en el interior del adoratorio de Huitzilopochtli. La primera está hecha de travertino con una peculiar tapa de obsidiana que la cubre. En su interior había huesos quemados, dos piezas de piedra verde y un cascabel de oro. A poca distancia apareció otra pequeña urna manufacturada totalmente en obsidiana. Debe tomarse en cuenta que este material no es fácil de labrar, sobre todo si son piezas que requieren de una gran experiencia para su tallado. Al igual que en la primera, en el interior de esta urna se encontraron restos óseos quemados que debieron pertenecer a personajes de la más alta jerarquía social.

El recorrido por las salas del museo nos muestra el área de influencia en los momentos de gran expansión que alcanzaron los mexicas, quienes llegaron a controlar el centro de México, quedando pocos señoríos libres de su dominio. Hacia el sur, tenían bajo su poder los actuales estados de Morelos y parte de Guerrero. De estas regiones obtenían frutos, algodón y otros productos importantes. Parte de la Mixteca de Oaxaca también estaba sometida a la autoridad mexica, lo mismo ocurría con la costa del Golfo de México, y preparaban ya avanzadas para marchar hacia la región maya. El área que nunca pudieron sujetar y contra la que sufrieron grandes derrotas fue Michoacán.

Hay muchos elementos que nos han dejado los mexicas en el Templo Mayor. Los más significativos son las máscaras hechas de piedra que se colocaban sobre el bulto mortuorio. En diversas ofrendas encontramos máscaras de distintas regiones, siendo las más abundantes las del área de Mezcala, en el actual estado de Guerrero, sobre las que se han realizado interesantes estudios. Entre las máscaras mexicas encontradas sobresale aquella elaborada en travertino, pues el color blanco de la piedra la hace aparecer como un ejemplar único, que tenía aún incrustación de concha y pirita para formar los ojos —de color rojo, por cierto—, lo cual le da una expresión singular. Los dientes, también elaborados con concha, no se encontraron en su totalidad, pero quedan muestras de ellos.

A través de la guerra el mexica logra controlar a otros grupos. Las dos grandes órdenes militares, las llamadas guerreros Águilas y Jaguar, solo se componían por miembros de la nobleza. Podían ser reconocidos, tener tierras y ataviarse con las características de su rango militar. La guerra permitía a un individuo, independientemente de que fuera macehual o de clase trabajadora, tener movilidad social y llegar a alcanzar un rango superior en la sociedad, aunque nunca pertenecer a las órdenes de la nobleza. Esto viene a colación porque ante nosotros se alza majestuosa la soberbia escultura del guerrero águila. Localizada en el recinto que lleva su nombre, al lado norte del Templo Mayor, esta exquisita figura de cerámica es la máxima expresión del poder mexica.

Tláloc: agua y vida

Entramos en el recinto de Tláloc. Atrás queda todo aquello relacionado con la guerra y nos recibe ahora el dios del agua, la lluvia y la fertilidad, quien también tenía su lado negativo: podía enviar a la tierra granizo, heladas y todo lo que puede ser perjudicial para la siembra. Había que apaciguarlo y, por ello, todo el lado norte del Templo Mayor le estaba destinado.

Su rostro es inconfundible: tiene por ojos círculos —anteojeras— que están, al igual que la nariz, conformados por serpientes. Así nos recibe en la entrada de la sala, con su lengua bífida apenas esbozada debajo de la boca y dos colmillos que salen de ella. La representación es impresionante, pues además de tener rasgos típicos de la deidad, se le muestra como parte de una olla azul que se liga de inmediato con la función del dios. Es la olla o jarra que arroja el agua a la tierra. Cabe aclarar que la olla tiene un simbolismo muy importante, pues es una especie de matriz que contiene el agua —el líquido amniótico—donde se crea la vida. Por contraposición, la olla también puede contener a los individuos muertos, que así regresaban al vientre materno. Una de las ofrendas en las que se depositaron más elementos dedicados a Tláloc fue la 41. Localizada debajo de la plataforma de la etapa IV-b (aproximadamente 1470), se halló muy cerca del altar de las ranas, ubicada al lado del dios del agua.

En esta sala podemos deleitarnos con una obra que rebasa todo lo imaginable: el caracol de piedra. Sobre él he dicho que quien lo creó no sólo hizo vida a través de la forma, sino que también unió volumen y ritmo con líneas que se desparraman suavemente... el movimiento pulsante, constante y eterno. En su infinita belleza el caracol nos recuerda el agua, la lluvia, la fertilidad, en fin, todo aquello que forma parte de la vida.

Más adelante nos encontramos con la grandeza del pueblo mexica al constatar que la fauna aparece en una cantidad y variedad abrumadoras dentro de las ofrendas depositadas en el Templo Mayor. Así tenemos ejemplares del Altiplano, de la zona del trópico, de las costas y del mar adentro. Los distintos animales depositados en las ofrendas tienen un simbolismo decisivo para comprender su significado dentro del contexto en el que se encuentran. Algo notable es que no sólo hay ofrendas de animales, sino representaciones de ellos en piedra o barro, además de restos de una flora que por sus características es más difícil de conservar. La cabeza de águila realizada en piedra, que por cierto conserva parte de sus colores originales, es una pieza que por su realismo y buena manufactura resulta muy relevante. Se encontró en el interior del Templo Rojo, ubicado hacia el sur, y el ave porta en la cabeza mechones que cuelgan, lo que podría estar de alguna manera vinculado a la guerra.

También es relevante el papel que la música jugaba en los rituales desde el nacimiento hasta la muerte. Fueron muchos los instrumentos que se hallaron en las ofrendas, ya fueran verdaderos o bien representaciones escultóricas. Fue así como se descubrieron flautas, sonajas, tamborcillos, teponaztles, carapachos y caracoles, entre otros, lo que habla de la importancia de la música en la vida diaria mexica.

Siguiendo nuestro recorrido, a la entrada de la cámara II se encontró una olla policroma que representaba a Chalchiuhtlicue, esposa de Tláloc, rodeada de caracoles marinos. La olla presenta el rostro y los pies realzados de la diosa, y lo mismo ocurre con el adorno de papel plegado que va por detrás de la cabeza. Un quechquémitl la cubre al frente. Asimismo, revela en el pecho dos círculos superpuestos que podrían indicar un pectoral.

Hablando de dioses y animales relacionados con el agua y la fertilidad, no podemos pasar por alto al dios Xipe-Tótec. Es interesante señalar la relación entre este dios con los ritos de regeneración de la vida. A Xipe se le representa por lo general revestido con otra piel, así lo vemos en la escultura aquí exhibida. La cuerda que ata y restira la piel del desollado y la boca que al frente se convierte en doble boca nos recuerdan los rituales donde el sacerdote se ataviaba con la piel de un sacrificado, sugiriéndonos el contenido que tenía esta ceremonia en relación con la fertilidad. La expresión del rostro es evidente, y una vez más la muerte es aquella forma que da vida en el incansable ciclo de opuestos y complementarios, siempre de tanta importancia en el México prehispánico.

La Conquista

La última sala del museo está dedicada a la invasión española. La importancia de este acontecimiento es evidente. Con la llegada de los europeos dieron comienzo dos tipos de conquista: la militar y la ideológica. Fue así como del triunfo de las armas peninsulares sobre el mexica, acaecido el 13 de agosto de 1521, continuó la conquista espiritual.

¿Qué ocurrió con el Templo Mayor? Al igual que los demás edificios del recinto ceremonial, fue destruido. Sobre el lugar donde se levantaba el gran Templo Mayor se construyeron algunas casas de los conquistadores. No quedó traza de dónde se encontraba el Templo Mayor, lo que dio paso a múltiples especulaciones respecto a su ubicación. Se lograba así lo que el conquistador pretendió: no dejar huella del indígena vencido y de todo aquello que consideraba el Centro de su Universo, el Ombligo del Mundo. Los vestigios que hemos encontrado del Templo Mayor, cientos de años después, corresponden a etapas más antiguas y por tanto de menor tamaño, lo que les favoreció para no ser arrasadas y poder hoy convertirse en testigo mudo de aquella época legendaria, casi mítica.

Dos vertientes nos conforman como pueblo: el México prehispánico y el México colonial. Uno quiso negar al otro y no pudo lograrlo. Allí está presente y brota de la tierra a cada instante. Son los dioses que se negaron a morir...



Texto adaptado de Matos Moctezuma, Eduardo, 2005, “Obras maestras del Templo Mayor”, en Estudios Mexicas, vol. 1, tomo 4, México, El Colegio Nacional.
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